miércoles, 28 de octubre de 2009

Enrique 2

(misma historía contada por un narrador equisciente en pretérito indefinido)

Se habían encendido las luces de la calle y Enrique empezaba a distinguir algunas formas desde el sillón en el que estaba sentado: la ventana, la barandilla del balcón, la lámpara apagada, el teléfono encima de las revistas, la mesita. Se había cubierto con una manta y tuvo que retirarla de su cara para poder ver mejor.


El día anterior, a esa misma hora, Enrique estaba también en el salón. Había regresado del trabajo, se había quitado la corbata y los zapatos y, mientras hacía zapping, repasaba las fotos de una revista atrasada. Su hija Laura estaba encerrada en su habitación escuchando música. Entonces llegó su mujer, Paloma, que, sin quitarse el abrigo se plantó frente al sillón y esperó a que Enrique la mirase. Enrique apartó la vista de la revista y por encima de la revista distinguió las botas altas de piel que vestía su mujer. Esperó a que Paloma le confirmara sus temores. Había decidido separarse. Como si lo hubieran ensayado para que fuera lo más rápido posible, Paloma preparó una maleta, habló con su hija y cogió las llaves y la documentación que Enrique le entregó. “Llévate el grande. Ahora vas a hacer tú más kilómetros”, dijo él, “Alejandro no te va a acercar al tren todos los días”.

Al día siguiente, Enrique acompañó a su hija en el Metro. Decidió desayunar en casa porque no quería ir a la cafetería del barrio y que alguien le preguntara por su mujer: temía que a esas horas todo el barrio lo supiera. En el Metro, Laura se encontró con una compañera del colegio y le contó con total naturalidad que su madre se había ido de casa para vivir con otro hombre. Mientras ellas hablaban, Enrique temía que todos los ocupantes del vagón escucharan la historia. Al bajarse, su hija le dio un beso, le recordó que tenía 15 años y que no hacía falta que le acompañara todos los días. Llegó tarde a la oficina y explicó al jefe que, a partir de ese día, llegaría un poco más tarde porque tenía que acompañar a su hija al colegio. A mediodía comió con Jose Luis y Almudena, ninguno de sus dos compañeros comentó nada sobre la separación.

Por la noche, Enrique estaba sentado en el sillón del salón cuando el silencio de la casa se rompió con la melodía del móvil de Laura. La voz de su hija llegaba desde el interior de la casa al salón donde estaba Enrique. La voz de Laura se apagó e inmediatamente sonó el teléfono del salón. Enrique saludó a su mujer, y acordó con ella que su hija pasaría todos los fines de semana en la sierra con ella y su nueva pareja: Alejandro. Antes de despedirse, Enrique pidió disculpas a su mujer por haber gritado la noche anterior. Paloma respondió que no se preocupara por eso; dijo literalmente "estuviste muy correcto, Enrique. Gracias".

Enrique se quedó mirando por la ventana; había anochecido y casi no pasaban coches. A oscuras, bajo la manta se quedó esperando a que amaneciera y llegara la hora de repetir la rutina diaria.

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