lunes, 26 de octubre de 2009

Enrique

Se han encendido las luces de la calle y ahora puedo distinguir algunas formas: la ventana, la barandilla del balcón, la lámpara apagada, el teléfono encima de las revistas, la mesita. También veo parte del sillón en el que estoy sentado y la manta con la que me he tapado.

Anoche, a estas horas, estaba también aquí. Había vuelto del trabajo, me había quitado la corbata y los zapatos y, mientras hacía zapping, repasaba las fotos de una revista atrasada. Laura estaba encerrada en su habitación escuchando música. Entonces apareció Paloma, con el abrigo aún puesto se paró frente al sillón y esperó a que la mirase. Distinguí por encima de mi revista sus botas altas de piel, alcé la mirada y esperé a que lo dijera. Como si lo tuviéramos ensayado para que fuera lo más rápido posible, Paloma preparó una maleta, habló con Laura y cogió las llaves y la documentación que yo le tendía. “Llévate el grande. Ahora vas a hacer tú más kilómetros”, dije. Y añadí “Alejandro no te va a acercar al tren todos los días”.
Esta mañana he tenido que ir con Laura en el Metro. Hemos desayunado en casa porque no quería ir a la cafetería del barrio y que alguien nos preguntara por Paloma. Seguro que a esas horas estaba enterado todo el barrio. En el Metro Laura se ha encontrado con una compañera del colegio y no he podido evitar que se lo dijera. Se lo ha contado a gritos y todo el vagón ha oído que mi mujer nos abandonó anoche. Al bajarse, Laura me ha dado un beso. He llegado tarde a la oficina. Le he explicado al jefe que, a partir de hoy, iba a entrar un poco más tarde para poder acompañar a Laura al colegio. A mediodía he comido con Jose Luis y Almudena. No han dicho nada.
Hace un rato he oído el móvil de Laura en su habitación. Cuando ha terminado de hablar ha sonado el teléfono del salón. Paloma me ha preguntado por Laura y hemos repasado los planes para los próximos fines de semana. En resumen, Laura va a pasar los fines de semana en la sierra con ellos. Le he pedido disculpas por gritar anoche y me ha respondido que estuve “muy elegante”.
Estaba mirando por la ventana: ha anochecido y ya casi no pasa ningún coche. Sigo a oscuras, sentado en el sillón, encogido bajo la manta, esperando que llegue la hora de acompañar a Laura hasta el Metro.

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