lunes, 26 de abril de 2010

Vainilla fresca

– ¡Cómo se nota las que vienen del gimnasio!
La aludida dejó el casco y la chaqueta de cuero color teja sobre una mesa cercana y se sentó junto a sus amigas a las que envolvió en un ligero perfume a vainilla.
– Buenos días, chicas. Veo que, por fin, os habéis atrevido con la terraza. Primera vez este año. ¿cómo estáis?
– No tan bien como tú, Begoña, querida, vemos que has sacado ya la ropa de verano –respondió otra.

La tercera en hablar dirigió una mirada cómplice a sus dos compañeras:
– ¿Hiciste algo interesante ayer? Mi marido vio a Imanol en el club jugando al tenis.
– Efectivamente, Imanol pasó la tarde con una de sus empleadas a la que está enseñando a jugar. Luego vinieron a casa y cenamos los tres – Lila esperó inútilmente a que alguna de sus amigas sacara otro tema. Al
rato, continuó hablando– Se llama Amaya y es de Barakaldo, creo. Si tu marido los vio ayer –añadió mirando a la interesada- te habrá hecho una descripción detallada; es el tipo de mujer que no pasa desapercibida para ningún hombre.
Begoña Arregui vio los atentos rostros de sus amigas y asumió que esa mañana tocaba hablar de Amaya.
– Chicas, estoy muy hambrienta. Dejadme que le pida a Juantxo algo para comer y luego os cuento la excitante vida y milagros de Amaya Fernández.
– Aquí te esperamos. El bizcocho tiene una pinta estupenda.
Begoña entró en la cafetería a pedir su desayuno y salió al rato con un zumo de naranja en una mano y el periódico en la otra.
– Begoña, cariño, nos ibas a contar la relación de tu marido con la nueva Arantxa Sánchez Vicario.
– En realidad no es una historia nada interesante.
Begoña bebió un sorbo de zumo, secó sus labios con la servilleta y dirigió una sonrisa al chico que acababa de servirle un café y un generoso trozo de bizcocho. Se recostó en la silla y comenzó a hablar:
– Amaya es una de esas estudiantes que van a la universidad a sacar una carrera para trabajar el resto de su vida. Consiguió una beca y, en lugar de pescar un marido como hicimos nosotras, se dedicó a estudiar.
Excelentes notas, eso sí. Por suerte para ella empezó a trabajar de becaria en nuestra empresa y conoció a Imanol. La chica decidió, inteligentemente, unir su carrera a la de mi marido que para entonces ya era el yerno del dueño. Y desde entonces está en el equipo de mi Imanol. No está mal para una mujer con sus limitaciones.
Begoña tomó un sorbo del café y probó el bizcocho mientras comprobaba si la curiosidad de sus amigas estaba ya satisfecha. Algún día tendría que recordar a sus amigas que su familia seguía siendo una de las más ricas de la ciudad. Pero sus amigas esperaban los detalles más jugosos. Begoña continuó:
– La chica ésta, a pesar de sus notas excelentes y el apoyo de mi Imanol, es un auténtico desastre. Además, no tiene nada de estilo. Una vez estuvieron en Kazajstán para cerrar el contrato de unas obras. Imanol le tuvo que pedir que no hablase con los clientes y que cambiase su forma de vestir. Porque ésta es de las que no sabe insinuar, no; ella tiene que enseñarlo todo.
Lila se concentró en su almuerzo, pero una de sus amigas volvió a traer el tema sobre la mesa:
– Entonces, Bego, esa tal Amaya ¿se presenta en tu casa cuando quiere?
– Algún fin de semana viene a comer, en verano toma el sol en nuestra piscina y ahora le ha dado por el tenis. Lo peor es que debe ser tan mala que nadie quiere jugar con ellos. No sé de dónde ha sacado ese interés por el deporte, igual piensa que en el club va a pescar un marido. Qué ilusa. No entiende que los hombres necesitan sitios donde estar solos y hablar de sus cosas. Si los hombres fuesen al club a ligar, nosotras iríamos allí a desayunar, ¿verdad, chicas?
“La verdad es que yo intento que mi marido se encargue de hacerle compañía. Es muy inculta, no puedes hablar con ella de nada: ni ópera, ni literatura, o de viajes. ¡Si no ha salido de aquí! Tampoco podemos ir a cenar fuera con ella, porque con su sueldo no puede pagar buenos restaurantes y me parece ofensivo convidarla si luego ella no nos puede devolver la invitación. Además no sabe nada de restauración. Una vez le propuse comer en el Tailandés que está junto al despacho de Imanol y me dijo que no le gustaban los chinos. Imaginaros. Hablando de comida, este bizcocho está delicioso, teníais razón, chicas. Probad un poco.
– Gracias pero sabes que no nos podemos salir ni un milímetro de la dieta. Las que tenemos niños no nos queda tiempo para cuidarnos. ¿qué vas a hacer hoy, Begoña? ¿tienes invitados en casa como anoche?
Begoña sonrió y negó con la cabeza mientras masticaba.
– Hoy tengo todo el día para mí, me llevo a Imanol al teatro. Hay una nueva adaptación de la “Muerte de un viajante”.
Las tres amigas, que hacía rato que se habían terminado sus respectivas tazas de té, se quedaron en silencio observando como Begoña tomaba con dos dedos el último trozo de bizcocho y se lo llevaba a la boca. Después se levantó, recogió el casco y la chaqueta y se despidió alegremente:
– Chao, chicas. Voy a casa a ver si encuentro en Internet un buen restaurante para esta noche. Igual no vengo mañana, tendré que aprovechar yo también el renovado empuje juvenil de mi Imanol.
Sus amigas siguieron a Begoña con la mirada mientras ésta se alejaba dejando en el aire un aroma fresco de vainilla y café.


Relato presentado al 2º concurso de relatos cortos sobre hostelería de LarruzzBilbao y LaVisita

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