tag:blogger.com,1999:blog-71981892297802659772024-02-20T17:09:14.681+01:00Aquiles SolísCosas que pasan en esta ciudadUnknownnoreply@blogger.comBlogger31125tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-60210298387498594482014-06-22T12:45:00.002+02:002014-06-22T12:45:03.401+02:00La verdad no admite devolucionesLa verdad no admite devoluciones. Miramos para otro lado pero aquí, ahora, personas como tú, como yo, inocentes como tus hijos o los míos están al borde del abismo. Al borde del dolor, de la muerte, del sacrificio infinito. Todos estamos al borde, a un paso del abismo, pero insistimos en mirar a otro lado. De pronto, un desconocido, un iniciado, nos señala el abismo y ya no hay nada más que vértigo.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-31552793417068590802014-06-17T23:46:00.000+02:002014-06-17T23:49:44.916+02:0010 palabras<span style="font-family: Helvetica, Arial, 'Droid Sans', sans-serif; font-size: 14.44444465637207px; line-height: 19.9999942779541px;">Un comentario casual en una reunión anodina, escuchado sin querer, tal vez ni siquiera dirigido a ti personalmente. Pero te llevas la frase a casa, en el fondo del cerebro, oculto, enterrado.... </span><br />
<span style="font-family: Helvetica, Arial, 'Droid Sans', sans-serif; font-size: 14.44444465637207px; line-height: 19.9999942779541px;">Y por la noche esa frase sale de donde quedó aparcada, se instala en el centro de tu conciencia y ya no se moverá de allí. </span><span style="font-family: Helvetica, Arial, 'Droid Sans', sans-serif; font-size: 14.44444465637207px; line-height: 19.9999942779541px;">Durante horas, días, semanas, .... seguramente para siempre. Una idea, un concepto, unas palabras precisas que no dejan lugar a dudas, que no admiten interpretaciones. Eso pasó, ha pasado, está pasando y puede volver a pasar. Le puede pasar a cualquiera, te puede pasar a ti, le puede pasar a tu hijo que es peor, que es mucho peor, que sería insoportable. </span><br />
<span style="font-family: Helvetica, Arial, 'Droid Sans', sans-serif; font-size: 14.44444465637207px; line-height: 19.9999942779541px;">Era una frase suelta, por el tono parecía un comentario sin importancia, una frase aislada para conectar dos comentarios también casuales. Pero no es así. Nadie construye una carga de profundidad tan devastadora espontáneamente. Diez (10) palabras precisas, inequívocas, colocadas meticulosamente una detrás de otras, palabras enunciadas perfectamente, alineadas sobre la barra. </span><br />
<span style="font-family: Helvetica, Arial, 'Droid Sans', sans-serif; font-size: 14.44444465637207px; line-height: 19.9999942779541px;">Entre varias conversaciones cruzadas, mientras compartíamos una caña después de la última reunión del día, la frase quedó sobre aquella barra y al recoger para irnos me la traje conmigo. Y la verdad no admite devoluciones. Miramos para otro lado pero aquí, ahora, gente como tú, hombres como yo, personas inocentes como tus hijos o los míos están al borde del abismo, al borde del dolor, de la muerte, del sacrificio infinito... Estamos al borde, a un paso del abismo pero insistimos en mirar a otro lado. De pronto un desconocido, un iniciado, nos señala el abismo y ya no hay nada más que vértigo.</span>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-85907957959600247562013-10-10T11:54:00.002+02:002013-10-12T11:12:01.956+02:00Iñigo y el practicante[<i>Microrrelato para concurso</i>]<br />
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ÉRASE UNA VEZ una aldea de pescadores donde sólo quedaban mujeres, niños y ancianos. El hombre de traje claro y maletín de cuero se acercó a unos chicos que apoyados en el espigón oteaban aburridos el horizonte.<br />
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- Iñigo, voy a ver a tu ama. Luego vuelvo y te doy lo que te he traído. <br />
<br />
Dicho esto, el practicante caminó hacia las empinadas callejuelas esquivando cuidadosamente charcos, redes y aparejos amontonados en el muelle. A su espalda los demás muchachos intercambiaban codazos, risas y cuchicheos.<br />
<br />
Iñigo, en silencio, tomó el mismo camino. Al pasar por delante de la cofradía cogió un cuchillo de los que usaban para desollar pescado.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-62349878051238597062013-05-30T08:16:00.000+02:002013-07-16T21:31:25.409+02:00Antes de morirLos suicidas son los únicos que pueden dejar todo ordenado antes de morir.<br />
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Puede parecer una idea estupenda cerrar el chiringuito para siempre pero no hay manera de cuadrarlo todo. Y no pienso en las cuestiones trascendentes que le pueden dar sentido a la vida.<br />
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Hay que matarse a final de mes, después de haber cancelado el pago del alquiler. El casero se puede quedar con la fianza. Tampoco hay que dejar alimentos a punto de caducar porque es posible que tarden en echarte de menos. Pero hay cosas más importantes.<br />
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<a name='more'></a><br /><br />
Hay que fastidiar lo menos posible a los que se quedan un rato más. No dejar deudas, no dejar trámites pendientes, dejar el coche bien aparcado, confirmar el borrador de hacienda, recoger los avisos en Correos. Pero hay más.<br />
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Hay que tomar una última caña con tu hijo. Al menos llevarte puesta esa caña que le dejaste a deber a tu propio padre. Hay que luchar para que el saldo universal de cañas pagadas y debidas esté equilibrado. Esto es importante.<br />
<br />
Hay que vaciar la carpeta de Spam, leer los mensajes directos de Twitter, aceptar las invitaciones pendientes en Linkedin y colgar una foto bonita en Instagram; al menos que la última sea buena. No hay que programar mensajes para el día siguiente ni, mucho menos, dejar escrita una entrada en el blog: a nadie le va a parecer una buena idea.<br />
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Hay que practicar y hacerlo bien a la primera, como si fuera por vocación. Conseguir todo con tiempo, verificar la fecha de caducidad y atender a las condiciones de conservación.<br />
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Por supuesto, hay que hacerlo con la luz apagada, la televisión desenchufada y el buzón de voz desactivado. Bastante chungo es morir sin avisar como para hacer gastar una fortuna a tus amigos en mensajes que no vas a escuchar.<br />
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<br />Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-29600977533674885762010-05-31T09:04:00.000+02:002013-10-04T17:11:19.426+02:00La última campaña en Terranova<i>En 1712 catorce veleros de Bermeo naufragaron en las costas de Terranova durante la campaña del bacalao. Al año siguiente el tratado de Utrecht prohibió a las flotas gallega y vasca pescar en los caladeros del Atlántico Norte. </i><br />
<br />
– Txo, ¿por qué salen tan pegados a Matxitxako?<br />
– Joder, Kepa, Terranova está por ahí -dijo Andoni apuntando con la mano- ¿no querrás que vayan a Francia?<br />
<a name='more'></a><br />
– Ganan oeste aprovechando el viento de tierra -dijo “el Txo”-. Si pueden, antes de salir a alta mar costearán hasta Galicia.<br />
Las madres y abuelas se fueron a comprar y preparar la comida después de ver partir los galeones. Las novias y las recién casadas se quedaron observando la flota hasta que el último pesquero se perdió tras el horizonte. <br />
– Txo, ¿bajamos a pescar esta tarde?<br />
– Yo tengo que ayudar a mi madre con la huerta -dijo Andoni.<br />
– Aún hace frío por la tarde -dijo “el Txo”.<br />
Un ligero sirimiri vino a subrayar las palabras del más pequeño de los tres amigos. “El Txo” se tapó con una vieja capa de pescador y se quedó en el muelle observando el efecto de las gotas de lluvia sobre el mar. Andoni y Kepa se despidieron y corrieron hacia la lonja en busca de refugio.<br />
<br />
– Hoy vamos a pescar un chicharro, ya veréis.<br />
Kepa señaló el pequeño cubo con cebos que llevaba en su mano. <br />
– Mejor vamos a darnos un baño, aún hace calor. Con el atardecer vendrán los peces grandes.<br />
“El Txo” se quitó la ropa, subió a uno de los bolardos del muelle y saltó al agua. Nadó hasta un chinchorro fondeado donde se tumbó a tomar el sol. Cuando sus dos amigos se acercaron les impidió subir a la barca golpeando sus cabezas con el pie. “No abordaréis mi barco”, gritaba. Al rato “el Txo” decidió que podían probar suerte con las cañas y volvieron al muelle a recoger sus cosas. Fueron hasta la punta del espigón y se sentaron sobre las piedras a preparar los aparejos. <br />
Como había anunciado “El Txo”, cuando cayó el sol empezaron a acercarse los peces a los anzuelos. También aparecieron algunos viejos pescadores que preguntaron por el cebo y pronosticaron que no pescarían nada hasta la próxima pleamar. A punto de recoger las cañas, el médico llegó hasta los chicos y se dirigió a “el Txo” por su nombre:<br />
– Edorta, a ver si pescas una buena lubina y le dices a tu madre que me invite a cenar.<br />
– No hemos pescado nada, doctor -dijo Andoni y señaló a “el Txo”-. Edorta dice que es culpa de la marea.<br />
– Yo, por si acaso, voy a la bodega a comprar una botella de vino.<br />
Cuando el médico se alejó, Andoni y Kepa estallaron en carcajadas:<br />
– Edorta, Edorta, ¿cuándo vas a pescar un buen chicharro para mí? -se burló Kepa imitando el acento remilgado del médico.<br />
“El Txo” agachó la cabeza mientras guardaba los anzuelos y la pita en la cesta; se puso de pie de un salto, agarró a Kepa por el cuello y acercó la navaja que acababa de coger a la cara de su amigo:<br />
– Al próximo que haga burla le corto el cuello con mi “labana”. ¿estamos?<br />
En silencio los chicos iniciaron el regreso. Cuando pasaron por la cofradía se separaron y quedaron para ir al día siguiente a la playa. <br />
– Txo, ¿has oído lo que dicen? Va a llegar el invierno y no han vuelto los pescadores.<br />
– Joder, Kepa, el año pasado igual. Y el anterior. Ya llegarán, más tarde más bacalao traerán.<br />
<br />
Una tarde lluviosa de otoño los tres amigos quedaron en el varadero. Junto a la rampa de botadura había una vieja trainera abandonada cuya popa quedaba resguardada por el voladizo del astillero. “El Txo” se sentó en el puesto del patrón. Kepa simulaba que bogaba sentado en el primer banco. Llegó Andoni y se sentó junto al remero:<br />
– Hay unos gallegos en el bar de la cofradía. Dicen que muchos barcos han naufragado en Terranova. Cuatro goletas han perdido.<br />
– Joder, Andoni, ¿qué nos importa a nosotros esos gallegos? Mi padre quince campañas de bacalao ha hecho. Y de ballenas. Y siempre volvió.<br />
Federico Aguirre, el médico, se dirigió al varadero donde estaban los tres chicos. Kepa y Andoni dejaron solo a su amigo con el doctor:<br />
– Edorta, tienes que ser fuerte y, más que nunca, obedecer a tu madre. Ahora tú eres el hombre de la familia. <br />
– Pero usted nos seguirá visitando. A mi ama le gusta su compañía. ¿verdad, doctor?<br />
– Edorta, yo he decidido irme de Bermeo. Imagínate, las habladurías del pueblo, tu madre viuda. Es lo mejor para vosotros, Edorta.<br />
“El Txo” clavó su navaja con un golpe seco ascendente justo por debajo del esternón del médico. Edorta, “el Txo”, empujó el cuerpo para que no le cayera encima; el cadáver rodó por la rampa del varadero hasta las aguas negras del puerto.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-46613364024308658262010-04-26T10:55:00.000+02:002010-04-28T09:49:45.376+02:00Vainilla fresca– ¡Cómo se nota las que vienen del gimnasio!<br />
La aludida dejó el casco y la chaqueta de cuero color teja sobre una mesa cercana y se sentó junto a sus amigas a las que envolvió en un ligero perfume a vainilla.<br />
– Buenos días, chicas. Veo que, por fin, os habéis atrevido con la terraza. Primera vez este año. ¿cómo estáis?<br />
– No tan bien como tú, Begoña, querida, vemos que has sacado ya la ropa de verano –respondió otra.<br />
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<a name='more'></a>La tercera en hablar dirigió una mirada cómplice a sus dos compañeras:<br />
– ¿Hiciste algo interesante ayer? Mi marido vio a Imanol en el club jugando al tenis.<br />
– Efectivamente, Imanol pasó la tarde con una de sus empleadas a la que está enseñando a jugar. Luego vinieron a casa y cenamos los tres – Lila esperó inútilmente a que alguna de sus amigas sacara otro tema. Al<br />
rato, continuó hablando– Se llama Amaya y es de Barakaldo, creo. Si tu marido los vio ayer –añadió mirando a la interesada- te habrá hecho una descripción detallada; es el tipo de mujer que no pasa desapercibida para ningún hombre.<br />
Begoña Arregui vio los atentos rostros de sus amigas y asumió que esa mañana tocaba hablar de Amaya.<br />
– Chicas, estoy muy hambrienta. Dejadme que le pida a Juantxo algo para comer y luego os cuento la excitante vida y milagros de Amaya Fernández.<br />
– Aquí te esperamos. El bizcocho tiene una pinta estupenda.<br />
Begoña entró en la cafetería a pedir su desayuno y salió al rato con un zumo de naranja en una mano y el periódico en la otra.<br />
– Begoña, cariño, nos ibas a contar la relación de tu marido con la nueva Arantxa Sánchez Vicario.<br />
– En realidad no es una historia nada interesante.<br />
Begoña bebió un sorbo de zumo, secó sus labios con la servilleta y dirigió una sonrisa al chico que acababa de servirle un café y un generoso trozo de bizcocho. Se recostó en la silla y comenzó a hablar:<br />
– Amaya es una de esas estudiantes que van a la universidad a sacar una carrera para trabajar el resto de su vida. Consiguió una beca y, en lugar de pescar un marido como hicimos nosotras, se dedicó a estudiar.<br />
Excelentes notas, eso sí. Por suerte para ella empezó a trabajar de becaria en nuestra empresa y conoció a Imanol. La chica decidió, inteligentemente, unir su carrera a la de mi marido que para entonces ya era el yerno del dueño. Y desde entonces está en el equipo de mi Imanol. No está mal para una mujer con sus limitaciones.<br />
Begoña tomó un sorbo del café y probó el bizcocho mientras comprobaba si la curiosidad de sus amigas estaba ya satisfecha. Algún día tendría que recordar a sus amigas que su familia seguía siendo una de las más ricas de la ciudad. Pero sus amigas esperaban los detalles más jugosos. Begoña continuó:<br />
– La chica ésta, a pesar de sus notas excelentes y el apoyo de mi Imanol, es un auténtico desastre. Además, no tiene nada de estilo. Una vez estuvieron en Kazajstán para cerrar el contrato de unas obras. Imanol le tuvo que pedir que no hablase con los clientes y que cambiase su forma de vestir. Porque ésta es de las que no sabe insinuar, no; ella tiene que enseñarlo todo.<br />
Lila se concentró en su almuerzo, pero una de sus amigas volvió a traer el tema sobre la mesa:<br />
– Entonces, Bego, esa tal Amaya ¿se presenta en tu casa cuando quiere?<br />
– Algún fin de semana viene a comer, en verano toma el sol en nuestra piscina y ahora le ha dado por el tenis. Lo peor es que debe ser tan mala que nadie quiere jugar con ellos. No sé de dónde ha sacado ese interés por el deporte, igual piensa que en el club va a pescar un marido. Qué ilusa. No entiende que los hombres necesitan sitios donde estar solos y hablar de sus cosas. Si los hombres fuesen al club a ligar, nosotras iríamos allí a desayunar, ¿verdad, chicas?<br />
“La verdad es que yo intento que mi marido se encargue de hacerle compañía. Es muy inculta, no puedes hablar con ella de nada: ni ópera, ni literatura, o de viajes. ¡Si no ha salido de aquí! Tampoco podemos ir a cenar fuera con ella, porque con su sueldo no puede pagar buenos restaurantes y me parece ofensivo convidarla si luego ella no nos puede devolver la invitación. Además no sabe nada de restauración. Una vez le propuse comer en el Tailandés que está junto al despacho de Imanol y me dijo que no le gustaban los chinos. Imaginaros. Hablando de comida, este bizcocho está delicioso, teníais razón, chicas. Probad un poco.<br />
– Gracias pero sabes que no nos podemos salir ni un milímetro de la dieta. Las que tenemos niños no nos queda tiempo para cuidarnos. ¿qué vas a hacer hoy, Begoña? ¿tienes invitados en casa como anoche?<br />
Begoña sonrió y negó con la cabeza mientras masticaba.<br />
– Hoy tengo todo el día para mí, me llevo a Imanol al teatro. Hay una nueva adaptación de la “Muerte de un viajante”.<br />
Las tres amigas, que hacía rato que se habían terminado sus respectivas tazas de té, se quedaron en silencio observando como Begoña tomaba con dos dedos el último trozo de bizcocho y se lo llevaba a la boca. Después se levantó, recogió el casco y la chaqueta y se despidió alegremente:<br />
– Chao, chicas. Voy a casa a ver si encuentro en Internet un buen restaurante para esta noche. Igual no vengo mañana, tendré que aprovechar yo también el renovado empuje juvenil de mi Imanol.<br />
Sus amigas siguieron a Begoña con la mirada mientras ésta se alejaba dejando en el aire un aroma fresco de vainilla y café.<br />
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<i>Relato presentado al <a href="http://www.lavisita.com/" target="_blank">2º concurso de relatos cortos sobre hostelería de LarruzzBilbao y LaVisita</a> </i>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-44712938792863578942010-04-24T16:40:00.000+02:002010-04-24T16:40:26.105+02:00107.3En la residencia de mi tío me entregaron un viejo radiocassette con una cinta de Pink Floyd atascada y el dial estropeado sintonizando siempre el 107.3. Puse el aparato sobre el bidé conectado al enchufe del armario de manera que al encender la luz del baño la radio empieza a funcionar. Alguna gente se sorprende. Una madrugada de 1.999 me levanté a mear y Almodóvar recibió su primer Óscar; en 2.001 una inesperada diarrea me retuvo en casa y los terroristas estrellaron dos aviones en Nueva York. Anoche pasé a afeitarme y una oyente contó que tenía una cita con un desconocido. Le ha encantado el radiocassette. <br />
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<i>Relato de 107 palabras presentado al concurso de relatos de la emisora <a target="_blank" href="http://ondapoligono.org/">Onda Polígono</a> (Toledo)</i>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-75816932312366983982010-04-21T10:38:00.000+02:002010-04-21T10:38:52.495+02:00Ensayo. Decisiones importantesUno piensa que la decisión realmente crítica consiste en elegir si tapamos nuestra calva con una gorra o nos afeitamos definitivamente los pelos que aún aguantan sobre la cabeza. Error. La disyuntiva era quedarse calvo o no; el resto es una consecuencia accesoria.<br />
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Otra disyuntiva: <a target="_blank" href="http://ginebra-o-te.blogspot.com/">Ginebra o té</a>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-19090528909935142572010-03-11T09:32:00.000+01:002010-03-11T09:32:43.455+01:00El caso Marta Sanz– ¿Ernest Blaumann? Venimos a detenerlo. Está acusado del asesinato de Marta Sanz.<br />
Una ola de silencio inundó las escaleras del edificio interrumpiendo a su paso las actividades habituales del domingo. Una puerta que no había producido sonido alguno al abrirse se cerró ruidosamente; las pisadas de unas zapatillas deportivas se detuvieron entre dos pisos; un equipo de música se desconectó. Los dos policías terminaron de entrar en la vivienda y Ernest Blaumann, en pijama, cerró la puerta tras ellos. El más joven de los agentes guardó su identificación y resumió:<br />
– Me llamo Juan Gelman. Él es el agente Frederick Taylor. El viernes pasado le seguimos cuando llevó a Hans Schwarzmann hasta el aeropuerto. Vístase y acompáñenos, por favor.<br />
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<a name='more'></a><br />
El comisario Gelman había pasado el viernes en el aeropuerto vigilando todos los vuelos con destino a Alemania. A primera hora de la tarde, Hans Schwarzmann se acercó al mostrador de facturación portando una pequeña bolsa de viaje de cuero negro. Iba acompañado de otro hombre que después resultó ser Ernest Blaumann. A pesar de la insistencia de la empleada de Lufthansa, Hans se negó a facturar la bolsa; recogió el billete y, acompañado por su amigo, se dirigió a la puerta de embarque. Los dos alemanes caminaron en silencio y se despidieron con un simple apretón de manos varios metros antes de llegar al control de pasaportes. El comisario indicó con un gesto a su compañero que siguiese al viajero y él partió detrás del acompañante que se alejaba camino del aparcamiento. Mientras Juan apuntaba la matrícula en una libreta, el otro policía se reunión con él:<br />
– Hans está volando hacia Hamburgo. No ha hablado ni se ha cruzado con nadie más.<br />
– Yo tengo la matrícula del otro. A ver si hay suerte y podemos identificar a ese tipo.<br />
El comisario consultó su libreta, retrocedió un par de páginas y añadió una línea a la lista de personas relacionadas con el asesinato: “Amigo de Hans”. A continuación dejó sitio para apuntar el nombre y copió la matrícula que acababa de apuntar en la última página. Quería rellenar el último hueco de sus notas y cerrar el caso en las próximas horas. Al menos esperaba que no siguieran apareciendo más sospechosos.<br />
El jueves, Juan Gelman se había acercado a la Filmoteca a preguntar por la chica asesinada. La chica tenía apuntado ese día en su calendario y entre sus pertenencias habían encontrado un recorte con los horarios de las películas del jueves anterior. Marta había marcado la sesión de las 5 (John Ford) y la sesión de las 10 (Jerry Lewis). El detective esperó en la calle a que terminara la primera sesión. Salieron varios grupos de personas donde predominaban las gafas y los pantalones vaqueros. Eligió el grupo que le parecía más joven y enseñó la foto de Marta. Nadie reconoció a la joven. Lo intentó con otro grupo sin éxito y no pudo repetir la operación porque el resto de grupos se disolvieron espontáneamente. Un hombre mayor, de unos cincuenta años, chaqueta verde, jersey azul, pantalones de pana marrón, tocó al policía en el hombro: <br />
– Disculpe, ¿está buscando a Marta?<br />
– ¿la conocía?<br />
El hombre, que no sabía que Marta había muerto, le contó que estuvo con ella el jueves pasado como todas las semanas. Recordó que vieron juntos una película de John Ford. Cuando terminó el pase, Marta se encontró con un joven que parecía estar esperándola. Resultó ser un amigo alemán de la chica que estaba de paso por la ciudad. Tomaron café los tres y hablaron de cine soviético. El hombre no recordaba el nombre del alemán pero le reconoció en una fotografía que le enseñó el policía. La foto estaba en el bolso de la joven asesinada y estaba firmada por alguien llamado Hans. El joven comentó que iba a estar una semana en Madrid. Marta y él debieron irse juntos, dedujo el cinéfilo, porque no volvió a ver a Marta en ninguno de los dos pases siguientes. <br />
El policía escribió en su libreta “Marta y Hans se vieron el jueves, pero no se lo dijeron a María. ¿por qué engañaron Hans y Marta a María?”. Pidió otro café y se quedó solo en la cafetería del cine repasando las notas que había tomado el martes durante el interrogatorio de María, la mejor amiga de Marta. <br />
“María Cepeda. 21 años. Declara en comisaria por voluntad propia. Amiga íntima de la fallecida. Estuvo con Marta el viernes. Por la tarde fueron al teatro juntas a ver a Les Luthiers (calle Jorge Juan). Luego fueron a casa de Marta donde habían quedado con Hans. Hans Schwarzmann, amigo común que conocieron en Hamburgo el verano anterior. Marta y María pasaron el verano en Hamburgo aprendiendo alemán. Hans estaba de paso por Madrid y quedaron los tres para recordar los viejos tiempos. Bebieron. De madrugada salieron los tres de la casa. Marta acompañó a sus dos amigos hasta la avenida de la Castellana donde cogieron un taxi. Allí se despidieron. María acompañó a Hans a su hotel y no volvió a hablar con la fallecida.”<br />
Después del interrogatorio, Juan Gelman había añadido algunos comentarios propios: <br />
“El alemán y María pasaron la noche en el hotel. Confirmado por los recepcionistas.”<br />
“María no se separó de su amiga en toda la tarde”<br />
“María no vio a Juan Molina (ex-novio)”<br />
El policía subrayó los nombres que aparecían en las notas: Hans, María, Juan Molina (ex-novio).<br />
– Hay muchos Juan en Madrid. Es un nombre muy común -dijo el comisario Juan Gelman a su compañero Frederick.<br />
– Es curioso que el principal sospechoso del asesinato se llame igual que el policía que va a detenerlo.<br />
– Un desengaño amoroso de dos adolescentes no parece un móvil muy sólido. Además el chico tiene una coartada estupenda: pasó toda la noche en comisaria denunciando un accidente después de cenar solo en un VIPS.<br />
Entre las pertenencias de Marta, la joven asesinada la madrugada del sábado, había aparecido una carta de su ex-novio, Juan, y una hoja de un diario. El chico comunicaba a Marta que quería dejar la relación y ella escribía que estaba destrozada. El caso parecía claro. Dos antiguos amantes quedan para devolverse fotos y regalos, el chico propone un brindis de despedida, la chica acepta, él se ofrece a acompañar a la chica borracha hasta su casa, ella acepta, él le propone echar el último polvo, ella se niega, él insiste, saca una navaja, forcejean y se produce el asesinato involuntario. <br />
La policía había citado a Juan Molina, el ex-novio, en la comisaria para interrogarle en presencia del juez instructor y encerrarlo. Sin embargo salió en libertad después de una breve declaración. El joven confirmó que había citado a Marta la noche que fue asesinada pero ésta no apareció. Juan cenó solo en el VIPs, conservaba el ticket: una hamburguesa y una bebida. Al salir cogió su moto y fue atropellado por un coche. A la hora del asesinato, estaba en comisaria rellenando una denuncia. Durante el interrogatorio recordó que había regalado a Marta dos entradas para ver a Les Luthiers el mismo viernes por la tarde. <br />
– Evidentemente no fuimos juntos -dijo el chico-. Seguramente, invitó a su amiga María.<br />
Juan Gelman, el policía al que asignaron el caso, había revisado y clasificado los papeles que llevaba la chica asesinada. Buscó la primera página en blanco de su libreta y escribió el título del caso: Marta Sanz. Añadió algunos datos básicos: asesinato con arma blanca; madrugada del sábado; Plaza Picasso, cerca de Nuevos Ministerios. Luego preparó una lista ordenada de nombres relacionados con el caso: Juan, Hans, María. Empezó a trabajar.<br />
La madrugada del sábado, Hans y María se besaron en el asiento del taxi camino del hotel del alemán. El taxista observó por el retrovisor como el alemán desabrochaba la blusa de la chica mientras se alejaban de Nuevos Ministerios donde se había quedado la otra joven. En el espejo contrastaba el movimiento de las cabezas dentro del taxi y la inmovilidad de la figura de Marta sobre la acera, cada vez más lejana. <br />
Hans y Ernest se habían encontrado el mismo viernes por la mañana en las calles del centro de Madrid. Como dos turistas normales parecían pasear sin rumbo observando los viejos edificios de las estrechas calles. Hans, chaqueta de cuero negro, cara sofocada bajo el pelo rubio se detenía continuamente para observar las curiosas fachadas e inscripciones que encontraban a su paso. Ernest, con las manos ocultas en los bolsillos de un viejo chaquetón azul con reminiscencias marineras daba cortos pasos mientras disfrutaba del sol primaveral y de la compañía de su viejo amigo. <br />
– Hay que matar a uno de los agentes de Madrid. La organización no se fia de ella -dijo Hans.<br />
– ¿por qué?<br />
– Será una acción fácil. He quedado con ella esta noche en casa de un amigo común. Beberemos hasta la madrugada. Saldré con ella para que la puedas identificar. Cuando nos separemos, la sigues y la matas en algún sitio solitario. Puedes simular un robo.<br />
– ¿cómo la identificaré?<br />
– Tienes que darme tiempo a llegar al hotel y que el recepcionista me vea entrar. No hay peligro, nadie podrá relacionarte con María. Simplemente espera en Nuevos Ministerios. Llegaré con la chica, le daré un beso de despedida y cogeré un taxi. <br />
– Entendido. Buen viaje.<br />
– Por cierto, el agente que hay que eliminar se llama María Cepeda. Intenta confirmar la operación por los medios habituales.Unknownnoreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-26109437980707954612010-03-03T22:55:00.001+01:002010-03-03T22:56:01.986+01:00Momentum<h1 class="western"></h1><div class="western">El hombre mostró dos entradas. Dos asientos centrados en la mejor fila del patio de butacas. La joven acomodadora insistió. Debería dejar una de las entradas en taquilla. Su acompañante no podrá entrar una vez comience la función. No importa, respondió él. Si deja la otra entrada en la taquilla y ella llega a tiempo podrá entrar. ¿Ella? No, seguro que ya no viene. El hombre cogió dos programas antes de que la muchacha se lo ofreciera, dejó el abrigo sobre una de las butacas y se sentó en la otra después de ajustar cuidadosamente su chaqueta.</div><div class="western"><br />
<a name='more'></a>Empezó el espectáculo. Unos jóvenes saltaban en el escenario mientras otros golpeaban diferentes objetos con las manos y los pies. El hombre del traje se revolvía en el asiento, el volumen aumentaba, los ocupantes de los asientos vecinos seguían con su cuerpo el ritmo de la música, algunos sonreían. Varias personas giraron sus cabezas. Los gestos de reproche se sucedieron. El caballero que ocupaba dos localidades ignoró los comentarios, sacó el móvil y atendió la llamada:</div><div class="diálogo-western">– A cualquier cosa llaman arte. Y el teatro se ha llenado. </div><div class="diálogo-western">– ¿qué está pasando ahora?</div><div class="diálogo-western">– Lo mismo, llevan una hora así. Ahora golpean unas cajas, ¿no lo oyes? ¿no oyes el ruido?</div><div class="diálogo-western">– Seguro que, al menos, mi silla está vacía.</div><div class="diálogo-western">– Hemos vuelto a las cavernas. Golpean una piedra con dos palos y lo llaman arte.</div><div class="diálogo-western">– Dices que llevan una hora a ese ritmo. Cómo mola, ¿no?</div><div class="diálogo-western">– ¿dónde quedó Bach? ¿quién ha matado a Mozart?</div><div class="diálogo-western">– Cariño, te vas a morir sin entender nada de este siglo. </div><div class="diálogo-western">– Joder, Mariola, si tanto te gustan estos melenudos en camiseta saltando por el escenario...</div><div class="diálogo-western">– No te oigo, perdona. Están llegando los bomberos, también hay dos coches de policía en la calle.</div><div class="diálogo-western">– ¿por qué no me has avisado? ¿por qué estoy solo aquí viendo esta mierda?</div><div class="diálogo-western">– Tengo que dejarte. Se supone que me has matado antes de ir al teatro y ya ves que retraso llevo.</div><div class="western">El hombre observó pensativo la pantalla de su teléfono móvil, al menos dos docenas de espectadores reconocieron después, con claridad, el rostro de aquel espectador que ocupó dos asientos y que se mostró tan nervioso durante toda la actuación. </div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-16868975408556304512010-03-01T22:49:00.000+01:002010-03-02T19:57:57.731+01:00945 kg. 12 personasEl último en salir debe apagar las luces y conectar la alarma. Alarma activada, abandone el recinto. Ya en el pasillo, el joven empuja la puerta de cristal para comprobar que queda cerrada. Zen, comunicación visual. Avenida de la República, 264. Planta 36, puertas C y F. Conecta su MP3 mientras se aleja por el pasillo. Sigur Ros, Track 3. Play. Sale luz de uno de los ascensores donde un hombre evita con la mano que se cierren las puertas.<br />
<br />
- Vámonos. Ya es hora de salir de aquí.<br />
<a name='more'></a><br />
El joven busca su destino. Planta Baja: Recepción y salida. En el panel hay otro botón iluminado. Sótano 4: Parking privado Garrigues Abogados. La puerta de aluminio refleja al cerrarse dos formas borrosas. Traje oscuro, corbata lisa, cabeza afeitada, gafas. Pelo largo, cazadora gris, bolsa bandolera, zapatillas.<br />
<br />
Planta 30. El elevador se para pero las puertas no se abren. Los botones se han apagado. El abogado se adelanta. Mikita en letras blancas sobre las patillas rojas de sus gafas. Extiende una mano con un reloj de acero y acciona los dos botones: Sótano 4, Planta Baja. La cabina no se mueve. Planta 30. Parpadean los dígitos luminosos. Planta 30. Posa su maletín en el suelo. En caso de emergencia, pulse el intercomunicador y espere instrucciones. No hay respuesta.<br />
<br />
– Siempre soy el último en salir. A estas horas no hay nadie en el edificio.<br />
<br />
Saca su móvil. No hay red. Comprueba otra vez la hora en el reloj. Las agujas van a alcanzar juntas la medianoche. El hombre parece leer en el cronógrafo las instrucciones a seguir. Patek Philippe. Geneve. Habla. Uno de sus incisivos superiores está algo torcido y subraya la perfecta alineación de los demás dientes. Entre frase y frase apoya la punta de la lengua sobre el labio inferior. Cuando termina de hablar dirige una sonrisa algo nerviosa a su acompañante. El diseñador observa su MP3. Stop. Guarda los auriculares, deja caer la bolsa en el suelo y mete las manos lentamente en los bolsillos de los vaqueros.<br />
<br />
– No te pongas nervioso. Alguien vendrá -apoya la espalda en el espejo.<br />
<br />
En caso de emergencia, pulse el intercomunicador y espere instrucciones. El del traje demora su dedo índice varios segundos sobre el interruptor. El sonido lejano de un timbre asciende insistente hasta la cabina.<br />
<br />
– Para ya, joder -el chico apoya su mano izquierda en el hombro del otro-. Vamos a esperar.<br />
<br />
El hombre se gira y mira sorprendido la mano de su compañero. Habla. El diente torcido. Encadena varias frases intrascendentes. La lengua sobre el labio. Comprueba que la mano sigue ahí. Sonríe bobamente.<br />
<br />
– Claro, lo que tú quieras, macho -el joven palmea jovial la mejilla del otro.<br />
<br />
Al arrodillarse, las luces de emergencia se reflejan en la calva sudorosa del abogado. El diseñador apoya un dedo en el centro de la cabeza y empieza a describir círculos cada vez más grandes alrededor de un eje imaginario. Es una cabeza perfecta: redonda, de piel tersa y ligeramente bronceada. Al hombre le cuesta soltar el grueso cinturón de los vaqueros. Sonríe a los boxers recién descubiertos. Bikkembergs. Suspira al liberar la polla. Le habla. Otra vez el incisivo, otra vez la punta de la lengua sobre el labio. Ansioso comienza la felación. La mano del otro, firme sobre su hombro, le obliga a mover bruscamente el cuello para recorrer el miembro en toda su longitud. El joven se ríe de sus esfuerzos por intensificar la mamada. La otra mano se detiene cerca de la nuca, el dedo meñique avanzando en vanguardia ha localizado el punto donde termina la calva, la frontera entre la piel tersa y el cuero cabelludo afeitado. Festeja el descubrimiento con regocijo. Su mano rodea firmemente la nuca y empuja bruscamente provocando la arcada. Repite el movimiento varias veces, con parsimonia. Las gafas se caen, los ojos miopes intentan transmitir desconcierto, incredulidad, espanto. Las arcadas se suceden hasta que, por fin, el joven lo aparta con brusquedad. Sacude del miembro flácido las últimas gotas de semen que caen sobre las rojas gafas rotas. Mikita. Puntos suspensivos. Doblado sobre sí mismo, el hombre vomita en el suelo. El diseñador se apresura a recoger la bolsa del suelo antes de que se manche.<br />
<br />
– Buenas noches. Disculpe. ¿hay alguien ahí? -el panel se ha iluminado. En caso de emergencia, pulse el intercomunicador y espere instrucciones- Por error desconectamos el ascensor equivocado. Ya está arreglado. Buenas noches y disculpen las molestias.<br />
<br />
El joven se acerca a los botones. Sótano 4: Parking privado Garrigues Abogados.<br />
<br />
– ¿me lleva a casa, letrado?Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-73557599392331209602010-02-14T12:32:00.000+01:002010-02-14T12:32:25.403+01:00Trapicheando<span>No quedaban libros</span> en mi ebook. Por la noche fui a la Plaza 14M. Esperé tras el quiosco. Un hombre susurró “Santos Borges Eco Conrad”. Le cambié mi reloj por la micro tarjeta..<br />
<br />
<a href="http://www.microrrelatos-sms.com/stories/5236">Concurso de Microrrelatos</a>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-85867832491225273632010-02-10T23:25:00.000+01:002010-02-11T10:20:48.926+01:00El sari rosaLa explanada junto al río Ganges acogía como todas las tardes una actividad intensa. Niños y niñas corrían hasta acabar peleando cerca de la orilla, mujeres atravesaban la explanada a paso ligero camino del mercado, otras volvían con la compra envuelta en fardos que llevaban sobre la cabeza, grupos de hombres discutían a la puerta de las cercanas casas de adobe y algunos ancianos paseaban en silencio junto al río. Otro cortejo, ni más numeroso, ni más ruidoso, ni más llamativo que el anterior ocupó parte de la explanada delante de una de las piras que tenía colocados sobre la estructura de madera montones de leña más ligeros, paja seca y pequeños bloques aromáticos de sándalo. Dos hombres del cortejo se adelantaron y depositaron sobre la pira la carga que portaban. Junto al blanco sudario se irguió con dificultad una figura femenina envuelta en un sari de un intenso color rosa.<br />
<br />
<a name='more'></a><br />
<br />
El carnicero Prabhat estaba despiezando un cordero cuando vio el grupo atravesar el mercado. Terminó con su tarea, dejó el puesto al cuidado de su hijo y caminó hacia la explanada. Por encima de las cabezas de los asistentes vio el blanco sudario tendido y la figura femenina envuelta en el sari rosa. Para el viejo carnicero, la imagen del sari rosa era una brecha vertical por la que afloraron recuerdos que creía olvidados. Muchos años atrás, mucho tiempo antes de que empezara a trabajar en la carnicería, ese mismo sari lo llevaba una joven que conoció durante una boda. El joven Prabhat recordaría durante años el cuerpo ceñido bajo el sari y la sonrisa incitante de la joven.<br />
<br />
Ishani, la joven huérfana, sintió durante el recorrido por las calles como su cuerpo se impregnaba de los olores del mercado: las especias, la carne recién cortada, la fruta al sol, el cuero. Era una sensación agradable que casi había olvidado. Sin embargo, al llegar delante de la pira sintió sobre la cara, de golpe, la humedad procedente del río con su mezcla de olores nauseabundos. Su hermano, el primogénito, dirigió un gesto de agradecimiento a todos los que habían acarreado leña para la pira. Recordó que no hay mayor desgracia que no tener leña suficiente para despedir adecuadamente al padre. Observó satisfecho el montón, la pira era tan grande que el sari de su madre debía verse desde la otra orilla del río.<br />
<br />
El primogénito asintió con la cabeza y alguien le entregó un haz de paja prendido con el fuego sagrado de Shiva. Varios familiares tomaron posición alrededor de la pira para evitar la huida de la viuda en el último momento. El hijo repitió las oraciones de forma atropellada y acercó el fuego a la mujer del sari rosa. Por primera vez durante la ceremonia se hizo el silencio en la explanada. La viuda recogió el extremo inferior del sari rosa para poder doblar la rodilla y con la otra mano cogió la llama que le tendía su hijo. Sin dudar, prendió fuego a la pira e intentó mantenerse erguida pero el creciente calor de las llamas y el aromatizado humo de la madera le obligaron a taparse la cara con los brazos. Girando sobre sí misma, abrazó el cuerpo tendido y hundió su cara en el sudario a la altura del pecho ahogando sus gritos en la tela.<br />
<br />
La pequeña Maalika no vio llegar el cortejo porque estaba jugando en la orilla del río buscando algún objeto de valor entre el limo y las cenizas de las cremaciones del día. Mientras hundía sus pequeñas manos en el agua turbia, levantó la vista y observó el sari rosa sobre la pira. Intentó distinguir alguna piedra preciosa sobre el cuerpo de la mujer o cosida sobre la tela. No vio nada de valor a primera vista, examinó después con mirada experta el aspecto de los asistentes al funeral y decidió volver a casa. Tenía los pies quemados de correr todo el día sobre las cenizas ardientes.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-48214333399451530172010-02-02T22:22:00.001+01:002010-02-03T08:18:32.751+01:00MoeMoe alargó su paseo matutino hasta el puente, pasada ya la gasolinera. Quería comprobar que, como habían dicho las previsiones, los próximos días serían soleados. La primavera estaba resultando especialmente lluviosa en los Alpes y Moe llevaba varias semanas esperando a que hubiera dos días de sol para continuar con sus planes. El viejo puente conservaba un pretil de piedra en el que se apoyó la mujer mientras observaba el paisaje. El límite noroeste del valle lo formaba una sucesión de montañas cuyos picos aparecían despejados esa mañana:<br />
<br />
– Las nubes no entrarán en el valle en los próximos tres días -dijo Moe en voz alta.<br />
<br />
<br />
<a name='more'></a>La mujer se despidió mentalmente del arroyo e inició el camino de regreso hacia su casa. Durante el invierno había preparado todos los detalles para su marcha. Juntó todo el dinero en efectivo que pudo, vendió el viejo Mercedes, liquidó todas las acciones y recuperó el dinero del plan de pensiones de su difunto marido. Rudolf había muerto diez años atrás pero Moe no había necesitado el dinero hasta ese momento. También preparó una ligera bolsa de viaje que dejó al lado de la puerta. Desde entonces, Moe estaba pendiente del tiempo para hacer la última colada del invierno y poder recogerla antes de irse.<br />
<br />
El día que Moe abandonó Austria para siempre, madrugó más de lo habitual, cerró con cuidado la puerta y, al pasar junto a la casa de su vecina, depositó las llaves en el buzón:<br />
<br />
– Podéis usar la casa. No pienso volver nunca más.<br />
<br />
Cuando hablaba en voz alta, Moe usaba un dialecto del japonés que aprendió en la universidad. Sus vecinos creían que recitaba versos o entonaba canciones infantiles que su madre le habría enseñado de niña. En realidad, Moe fue adoptada en Japón y llevada a Austria cuando era un bebé, nunca conoció a sus padres, aprendió a hablar en alemán y estudió japonés porque, mientras estuvo en la universidad, no conoció ningún chico con quien pasar los fines de semana. Mientras atravesaba las desiertas calles del pequeño pueblo alpino, la mujer se despidió mentalmente de las casas de piedra, los balcones de madera y los tejados de pizarra. Tomó el primer autobús del día hacia Innsbruck, la ciudad más cercana con aeropuerto.<br />
<br />
– Igual piensas que voy a Innsbruck de compras pero, en realidad, voy a Astipalea -dijo Moe a su compañero de asiento.<br />
<br />
El hombre la miró durante un segundo y siguió leyendo, somnoliento, el periódico gratuito que tenía entre las manos.<br />
<br />
– Astipalea.<br />
<br />
Moe repitió la palabra, como un mantra, mientras el autobús descendía por la sinuosa carretera de montaña.<br />
<br />
– Astipalea es una pequeña isla donde vive mi hija. Está en Grecia. Su marido tiene un hotel allí.<br />
<br />
El hombre del periódico dormía con la cara apoyada en la ventanilla del autobús.<br />
<br />
En el avión, aunque el puesto contiguo no estaba ocupado, Moe realizó todo el trayecto con la bolsa de viaje sobre las rodillas.<br />
<br />
– Hay 72 hoteles en Astipalea. Mi hija fue a vivir allí hace veinte años. Mi marido murió hace diez años. Hace cinco años decidí localizar a mi hija y mandé un email a cada uno de los hoteles de la isla. Sólo cinco hoteles respondieron y ninguno de ellos tenía noticias de una muchacha austriaca de origen japonés que se llamaba Riu. Riu tiene ahora cuarenta años. No sé si tiene hijos.<br />
<br />
El avión aterrizó en el pequeño aeropuerto de Astipalea y un viejo autobús acercó a los viajeros hasta la terminal. Mientras el resto de viajeros, en su mayoría turistas, se demoraba esperando sus maletas, Moe se dirigió con su pequeña bolsa a la parada de taxis e indicó al conductor del primer vehículo el nombre de su hotel. Había aprendido de memoria el nombre de los 72 hoteles de la isla y su correspondiente pronunciación en alemán, inglés y griego. Desde el asiento del taxi, Moe vio pasar el paisaje árido de la isla, los campos de olivos, las casas de campo a ambos lados de la carretera, el pueblo de casas blancas cubriendo desordenadas la colina y, por primera vez en su vida, el mar.<br />
<br />
– Así que esto es el mar. Bien.<br />
<br />
El hotel donde había reservado habitación era uno de los pocos que respondió a su email, por lo que ya sabía que no era el hotel de su yerno. A pesar de ello, al llegar decidió preguntar por su hija. Quería practicar el diálogo que tantas veces había ensayado. El recepcionista resultó ser el hijo del dueño y su madre no se llamaba Riu.<br />
<br />
– Claro que no recuerdo el nombre del hotel. Si lo supiera, iría allí directamente en lugar de preguntar en todos los hoteles.<br />
<br />
A la mañana siguiente, Moe pidió un taxi e indicó al conductor que le llevara al siguiente hotel de su lista. Al llegar, ordenó al taxista que no se fuera, se acercó a la recepción y preguntó por Riu, la mujer del dueño. El hombre negó con la cabeza. En el camino de vuelta compró fruta en un puesto callejero y se encerró en su habitación hasta el día siguiente.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-1089445933614658492010-01-25T23:33:00.001+01:002010-01-28T08:39:43.122+01:00La princesa y el zapato<div class="western"><i><span style="color: black;"><span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: rgb(255, 255, 0) none repeat scroll 0% 0%;">Ejercicio sobre el binomio “Zapato / Coraje”</span></span></i><br />
</div><div class="western"><span style="color: black;"><span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: rgb(255, 255, 0) none repeat scroll 0% 0%;"><br />
</span></span><br />
</div><div class="western">Desde el decimonoveno piso del edificio del banco nacional n<span style="font-weight: normal;">o se veía el habitual hormigueo de todos los días, como si el tiempo se hubiese detenido. Ningún movimiento hasta que la limusina giró en la esquina de la calle Mayor y enfiló despacio la avenida ignorando semáforos y señales de tráfico. Una mancha blanca rectángular que avanzaba exactamente por el centro de la calzada. Ya desde la calle pude comprobar que policías motorizados habían bloqueado el tráfico de las calles adyacentes, mientras que militares a caballo impedían a los transeúntes abandonar las aceras. Los conductores de los coches atascados abandonaron sus vehículos y se unieron a los inmovilizados peatones aumentando aún más el involuntario séquito. </span> <br />
</div><div class="western"><span style="font-weight: normal;"></span><br />
<a name='more'></a><span style="font-weight: normal;">Cuando la limusina alcanzó el cruce con la calle Independencia se deslizó el cristal de una de las ventanillas mostrando el exótico pero inexpresivo rostro de la princesa. La joven tardó varios segundos en darse cuenta de que su rostro ya no permanecía oculto, forzó una amplia sonrisa y se incorporó para asomarse al exterior mientras levantaba la mano enguantada a modo de saludo. Ante la indiferencia de los ciudadanos decidió volver a ocultarse pero, antes de que pudiera hacerlo, un zapato golpeó con precisión </span>su diminuta nariz produciendo una sorprendente cantidad de sangre que cubrió su rostro y manchó el vestido de novia. Los gritos histéricos de la princesa fueron acallados por el ruido de varias sirenas y éstas, a su vez, por el estruendo de un helicóptero que se situó a escasos metros de las copas de los árboles. Junto a la limusina se colocaron cuatro coches idénticos con el emblema de la casa real y una ambulancia. El heredero al trono saltó al interior de uno de los coches y abandonó el lugar antes de que su prometida subiera a la ambulancia. <br />
</div><div class="western"><span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;">En el lugar quedaron una veintena de policías que, pistola en alto, rodeaban la limusina abandonada mientras otros compañeros disolvían la improvisada manifestación. Junto al vehículo se podían contar varias decenas de zapatos de todos los tamaños y formas.</span><br />
</div><div class="western">Me alejé del alboroto y volví a mi oficina a terminar el trabajo que había dejado a medias. Pasé toda la tarde trabajando. Cuando terminé, di un paseo por las desiertas calles del centro hasta llegar al bar de Alfredo. El propio dueño se acercó a atenderme y esperó en silencio a que me acomodara en un extremo del mostrador y le pidiera un <i>gin-tonic. </i><span style="font-style: normal;">Cogió un vaso de plástico y colocó con cuidado </span>cinco cubos de hielo y dos rodajas de limón:<br />
</div><div class="diálogo-western">– Es para evitar accidentes, todos estamos descalzos -dijo.<br />
</div><div class="western">Mientras Alfredo terminaba de preparar mi bebida, me acerqué al guardarropa y dejé mis botas.<br />
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-52042509765343268142010-01-06T19:34:00.001+01:002010-01-22T14:09:53.094+01:00Relato Erótico Unisex<i>Este relato era para un concurso pero no me dio tiempo de presentarlo a tiempo</i><br />
<br />
Estaba deseando volver al hotel y subir a la habitación. Dejó caer el maletín del portátil en el suelo junto a la puerta, soltó el abrigo sobre una silla y corrió hasta una de las paredes donde sólo había una puerta que parecía comunicar con la habitación contigua. Escuchó con la cara pegada a la madera pero el ruido de su propio corazón acelerado no le dejaba oir nada. Sin separarse de la puerta esperó a recuperar el ritmo habitual de su respiración; mientras, se quitó los zapatos y la chaqueta. No oyó nada: sólo silencio al otro lado. Con desgana comenzó a caminar en círculos por la habitación recogiendo el desorden que había provocado al entrar, finalmente se sentó en la cama lamentando no haber tenido más iniciativa la noche anterior. Recorrió con la mirada la habitación: la cama de sábanas blancas impecables, el moderno aparato de televisión, el escritorio con varios folletos turísticos perfectamente ordenados y el material de papelería personalizado con la marca de la cadena hotelera; todo le resultó tan impersonal y previsible como el resto de hoteles que su trabajo le obligaba a visitar regularmente. <br />
<a name='more'></a>Pero en esta habitación había algo especial, la noche anterior sintió que había alguien al otro lado de la pared, una presencia de la que sólo le separaba esa puerta blanca que tenía delante, una atracción visceral cuyo origen no supo identificar pero que no había podido apartar de su cabeza durante todo el día y que, finalmente, le obligó a abandonar prematuramente la reunión y regresar al hotel. Para nada. Para sentarse en la cama con la mirada fija en esa extraña puerta interior. Entonces sonó un móvil al otro lado y, en seguida, respondió una voz que no pudo clasificar. En seguida, cesó el susurro al otro lado de la puerta y el falso silencio volvió a reinar en las dos habitaciones. Con decisión se levantó y caminó hasta la pared y abrió la puerta que resultó no tener echado el cerrojo; la oscuridad del otro cuarto pareció invadirlo todo y formar una única estancia. Una sombra exhaló el aliento contenido delatando su presencia cercana. A tientas, localizó un cuerpo inmóvil y sorprendentemente menudo, lo recorrió con las manos hasta que otras manos cogieron sus muñecas y ambos cuerpos retrocedieron buscando el rincón más alejado donde se refugiaban las últimas sombras ante el avance de la luz que provenía de la otra habitación. De pie, buscó con desesperación el sexo del otro cuerpo y se soprendió al reconocer los mismos signos de excitación que su propio cuerpo experimentaba. Se detuvo.<br />
<br />
- Sigue, por favor -dijo una voz ronca e impaciente- sigue.<br />
<br />
Intentó manipular torpemente aquel sexo que tanto se parecía al suyo. Intentó concentrarse en sus propios movimientos evitando que su mente considerase la situación. Sus manos se pararon. Acababa de darse cuenta que un teléfono estaba sonando en su propia habitación; tuvo que volver sobre sus pasos para atenderlo. Como si fuese otra persona, oyó su propia voz hablando por el móvil, la puerta se cerró a su espalda y alguien echó el cerrojo, una vuelta despacio y, en seguida, dos vueltas más: rápidas y consecutivas. Mientras seguía hablando con su compañero de trabajo, sintió como se helaba la mancha humeda que resbalaba entre sus piernas.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-43609171170974462362010-01-04T09:34:00.000+01:002010-01-04T09:34:48.617+01:00Primer día<i>Texto para el concurso de microrrelatos de la Cadena Ser. Más info: <a target="_blank" href="http://www.escueladeescritores.com/concurso-cadena-ser">http://www.escueladeescritores.com/concurso-cadena-ser</a>.</i><br />
<br />
<b>Me acerco y anoto sus nombres</b>. El primero sonríe, impertinente.<br />
– <i>Fredy </i>–como no escribo, corrige hastiado- Federico Márquez, señora. Ya me conoce.<br />
El segundo ladea lentamente la cabeza hasta que el largo flequillo descubre uno de sus ojos. Sólo entonces se presenta, arrastrando las sílabas:<br />
– Rodrigo Salazar.<br />
Se suceden los nombres mientras observo las joyas de los chicos y los tatuajes de las chicas. La niña que cierra la fila no lleva maquillaje, ni tacones, ni anillos. Susurra:<br />
– <i>Stephanie Clermont</i>.<br />
La fila estalla en un estruendo de burlas y carcajadas.<br />
– Bienvenida, Stephanie. Pronto llegará alguien de quien te puedas reír.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-49709971639642991592009-12-22T16:33:00.000+01:002009-12-22T16:33:46.765+01:00si...- si yo me hubiese casado con María ella no sería la madre de tus hijos... ni yo me acostaría con tu mujer.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-5577548191544272702009-12-13T22:48:00.001+01:002009-12-13T22:48:33.975+01:00Mi padre no se llamaba Ernesto<meta content="text/html; charset=utf-8" http-equiv="CONTENT-TYPE"></meta><title></title><meta content="OpenOffice.org 3.1 (Win32)" name="GENERATOR"></meta><style type="text/css">
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<div class="western">Mi padre no se llamaba Ernesto pero ése fue el nombre que dijo cuando la vedette del Lido's bajó del escenario y le puso el micrófono en la boca. <br />
</div><br />
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-36286565049094291822009-12-08T14:43:00.000+01:002009-12-08T14:43:03.526+01:00No GPS, signore<div class="western">Salí del camarote con cuidado de no despertar a Marisa y subí a cubierta; no vi nada más que mar, me rodeaban millones de metros cúbicos de agua que intenté apartar de mi pensamiento. El capitán estaba concentrado pelando una manzana con su navaja, fingiendo suficiencia le pregunté en inglés por nuestra posición y velocidad, y por la intensidad del viento. Al oírme, volvió su rostro barbudo y por unos instantes pareció enfocarme con sus ojos, pero terminó mirando al horizonte, a un punto lejano a muchas millas detrás de <span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;">mí</span>. Cuando estaba a punto de repetir mis preguntas, el griego encadenó varias frases que no pude entender. <br />
</div><div class="diálogo-western">– <i>No GPS, signore</i> -resumió finalmente, y volvió a concentrarse en la manzana ignorando definitivamente mi presencia.<br />
</div><div class="western" style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;"><span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;">El frío me empezó a resultar inaguantable, localicé la chaqueta sobre uno de los bancos y me senté mirando al horizonte y respirando a bocanadas el aire húmedo del amanecer intentando olvidar las incipientes ganas de vomitar. La mujer que nos alquiló el velero en Atenas</span> afirmó que estaba completamente equipado pero el único instrumento que vi era un viejo compás de latón con un cristal tan sucio que no dejaba leer ningún rumbo. Recordé el folleto que me dio con la imagen <span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;">de un moderno velero que navegaba majestuoso junto a una isla, gobernado por una tripulación de jóvenes y uniformados marineros. El barco de la foto no era, desde luego, esta vieja goleta de madera que cabeceaba lastimosamente al paso de cada ola y cuya única tripulación la formaba el hombre del sucio chaquetón azul que apenas podía, o quería, comunicarse. La mujer también dijo que el hombre se llamaba Leónidas, aunque seguro que era otra de sus mentiras. </span><br />
</div><div class="western" style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;"><span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;"><a name='more'></a> </span> <br />
</div><div class="western"><a href="" name="Desayuno y posturas"></a><span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;">Montserrat y Jordi aparecieron ruidosos en cubierta sacándome por un momento de mis oscuros pensamientos. A pesar de mi malestar me alegró verles tan animados, sobre todo porque yo les había convencido para que nos acompañaran. No pude reprimir una sonrisa al ver que ella había ignorado todos mis consejos sobre el atuendo adecuado para moverse por un velero de apenas trece metros: apareció con un largo y escotado vestido blanco, sombrero de paja y alpargatas de cáñamo. </span> <br />
</div><div class="diálogo-western"><span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;">– Buenos días, Miguel. Cómo se mueve esto. ¿no se ha levantado Marisa? -preguntó Jordi, buscando un sitio limpio y seco donde sentarse.</span><br />
</div><div class="western"><span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;">Solo faltaba mi mujer y, por un momento, dudé si bajar a ayudarle. Marisa, a pesar de su ceguera, tenía una habilidad innata para moverse a bordo de cualquier barco, le encantaba navegar y fue ella quien insistió en organizar la travesía. Ella odiaba que intentara sobreprotegerla pero yo no dejaba de pensar en los peligros que una ciega podía encontrar en un ambiente tan desconocido y hostil. Sin embargo, en cuanto el café estuvo preparado, Marisa se materializó sonriente junto a la mesa. Iba descalza y llevaba un vestido corto de tirantes. </span> <br />
</div><div class="diálogo-western"><span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;">– El Egeo, al fin –dijo respirando profundamente. </span> <br />
</div><div class="western"><span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;">Mientras desayunamos les conté la conversación que había tenido con Leónidas intentando no parecer preocupado.</span><br />
</div><div class="diálogo-western"><span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;">– Así que estamos a merced de este griego degenerado –concluyó Montserrat-. No hay manera de saber dónde estamos realmente y no podemos comunicarnos con el mundo civilizado. Es posible que nos quiera secuestrar y llevarnos a una isla desierta donde nos están esperando sus compinches para quedarse con nuestro dinero y nuestras joyas y nuestras tarjetas y, además, violarnos. Como son griegos, nos pueden violar a los cuatro -subrayó, mirando a su marido.</span><br />
</div><div class="diálogo-western"><span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;">– Si está llena de piratas no cuenta como isla deshabitada –ironizó Jordi. </span> <br />
</div><div class="diálogo-western" style="font-style: normal;">– Estáis sacando las cosas de quicio -dijo Marisa-, esto es exactamente lo que habíamos planeado: un velero en medio del mar, recorrer Grecia de isla en isla, un capitán que se encarga de llevar el barco, y nosotros disfrutando del sol y de las vacaciones -Marisa hablaba mientras tanteaba la mesa buscando las últimas galletas del desayuno-. Mañana llegaremos a Santorini, la isla más bella del mundo, y podréis bajar a tierra, comprar camisetas y sumaros al rebaño de turistas, si eso es lo que queréis.<br />
</div><div class="diálogo-western" style="font-style: normal;">– Ay, querida, qué fácil lo ves tú todo –dijo Montserrat mirando con aprensión a su alrededor.<br />
</div><div class="western" style="font-style: normal;">No quise recordar a Montserrat que mi mujer no podía ver la suciedad ni el óxido del barco. Como ya habíamos hablado en España, organizamos turnos para que el capitán pudiese descansar y, por otra parte, para que siempre hubiese alguno de nosotros atento por si pasaba algo. Yo me quedaría con Montserrat mientras Leónidas descansaba, y Jordi, que nunca había navegado, acompañaría al griego.<br />
</div><div class="diálogo-western" style="font-style: normal;">– Marisa, por supuesto, no hará turnos por la noche -recordé-. Jordi puede quedarse solo con el griego; igual os hacéis amigos <span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;">-Montserrat soltó una carcajada.</span><br />
</div><div class="western">Jordí no tuvo tiempo de contestar porque, en ese momento, Marisa se puso de pie sobre el banco mientras buscaba con sus manos algo a lo que sujetarse. Su mano derecha topó con uno de los obenques de acero que sujetaban el palo y, una vez firmemente agarrada, se dirigió teatralmente a nosotros:<br />
</div><div align="JUSTIFY" class="diálogo-western" style="font-style: normal;"> – Queridos amigos, marido amantísimo, querida tripulación: no os dais cuenta de lo ridículos que resultáis. Estáis llenos de prejuicios y recelos. No os va a pasar nada, no vamos a naufragar, no hay piratas en Grecia, podremos sobrevivir dos semanas sin televisión y sin móvil. <span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;">Lleváis un día de vacaciones y estáis deseando volver a la oficina para contar vuestras aventuras; para vosotros es mejor contarlas que vivirlas –la voz de Marisa se mezclaba con el ruido del agua al chocar contra el casco de madera-. H</span>acía tiempo que no me sentía tan segura y tan libre. Puedo sentir el viento soplando a mi izquierda, perdón, a babor –rectificó sonriendo–. Éste debe ser el famoso viento griego del norte, mi maridito leyó en un libro que se llama Meltemi. Aunque el sol no calienta mucho seguro que vosotros lo podéis ver ahí, delante de nuestra proa -y señaló hacia el sol-. Todo parece indicar que vamos rumbo oeste y, si Leónidas mantiene este rumbo con la misma destreza que hasta ahora, mañana desayunaremos fondeados en Santorini, exactamente como habíamos planificado hace meses. V<span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;">oy a ir a proa a tomar el sol. Si cambiamos de rumbo daré la alarma para que podáis amotinaros y tirar al capitán por la borda antes de que él solo nos rodee y nos viole salvajemente a los cuatro a la vez.</span><br />
</div><div class="western"><span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;">Marisa se guió con uno de los cabos que corrían por la banda y fue gateando hasta la proa, a contraluz vimos cómo separaba las piernas para mantener el equilibrio; se quitó el vestido y se tumbó desnuda sobre la madera. Montserrat y yo recogimos la mesa en silencio. Estaba abochornado por la reacción de mi mujer que parecía no valorar mis continuos desvelos y cuidados y aprovechaba cualquier ocasión para ponerme en ridículo delante de nuestros amigos.</span><br />
</div><div class="western"><span style="font-style: normal;">Según avanzaba el día, mi cuerpo se fue acostumbrando al movimiento armónico del velero. Había traído algunos libros sobre navegantes solitarios pero pasé la mayor parte del tiempo observando a Leónidas. Tenía hombros recios, cortas piernas y manos rudas; </span>su barba disimulaba varias cicatrices; era de esos marineros que <span style="font-style: normal;">en tierra parecían torpes y mal encarados, que apenas se mueven como por miedo a romper algo o para no atraer las miradas. En su velero, sin embargo, transmitía una magnética seguridad en todos sus movimientos</span>:<span style="font-style: normal;"> las manos firmes sobre el timón, la mirada fija en el horizonte y, a ratos, comprobando la forma de las velas, apenas movía los pies, excepto para alcanzar algún cabo que ajustaba de un tirón seco o anudaba con maestría. </span>Me enseñó cómo funcionaba el piloto automático, insistiendo en que lo conectase mientras él descansaba. <br />
</div><div class="western" style="font-style: normal;">El mar, sin embargo, no apaciguó la naturaleza inquieta de Montserrat: tomó el sol junto a Marisa, se cambió de bikini tres veces, bajó al camarote a buscar cremas otras tantas veces, untó la espalda de su marido con protector solar, preguntó a Leónidas si había llevado a algún famoso y, ante la ausencia de conversación del griego, se sentó a mi lado: <br />
</div><div class="diálogo-western" style="font-style: normal;"><span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;">– A saber a dónde nos lleva este tío -hablaba Montserrat–. Esta resultando un viaje muy largo ¡y yo que me imaginaba tomando el sol en una playa de arena blanquísima con el mar turquesa y un camarero monísimo poniéndome una copa! A este paso, acabamos en Lesbos... y no pongas esa cara, Jordi, que seguro que no sale como tú deseas.</span><br />
</div><div class="western" style="font-style: normal;">Jordi sonrió ante la ocurrencia de su mujer. Se había acomodado en uno de los bancos con un grueso libro entre las manos; lo había comprado en el aeropuerto pero no leyó más de dos páginas en todo el día. Dedicó el tiempo a beber cervezas y a mirar sin ningún disimulo el cuerpo desnudo de Marisa.<br />
</div><div class="western">Después de cenar, discutí con Marisa porque ella quería hacer su turno de guardia como todos los demás. Igual que ocurría en Barcelona, Marisa aprovechaba cualquier oportunidad para despreciar mis atenciones y demostrarme que podía valerse por ella misma. Se quedó en cubierta con Jordi y el griego mientras yo me acostaba sin poder dormir. Intenté escuchar su conversación pero sólo se oía la voz de Leónidas que parecía declamar un interminable y repetitivo poema. Exactamente a las dos de la madrugada subí para hacer el cambio de turno. El capitán griego me ayudó a conectar el piloto automático, después miró hacia el cielo y me indicó una de las miles de estrellas:<br />
</div><div class="diálogo-western">– <i>Polaris</i> -dijo con su ya habitual economía de palabras. Después señaló un compartimento junto al timón donde había una botella de aguardiente <span style="font-style: normal;">y se perdió en el interior del velero</span>.<br />
</div><div class="western">Marisa siguió el mismo camino que el griego sin dirigirme la palabra y me dejó solo con Jordi. Bebimos en silencio. Ante mi rostro desencajado, Jordi intentó animarme:<br />
</div><div class="diálogo-western">– Ya sabes cómo son -dijo.<br />
</div><div class="western">Montserrat apareció totalmente despeinada y con cara de sueño:<br />
</div><div class="diálogo-western">– Joder, no se ve una mierda -saludó mientras su marido se iba a la cama llevándose la botella-. ¿va a ser de noche mucho rato más? <br />
</div><div class="western">Durante la noche sentí movimientos en el interior del velero que parecían venir de nuestro camarote. Me intenté concentrar en la estrella que había señalado Leónidas pero me mareaba y me entraban ganas de vomitar. Montserrat se acercó y me dijo al oido:<br />
</div><div class="diálogo-western">– La ciega te está poniendo los cuernos, Miguel, y esta vez no es con mi marido -dijo apoyando una mano en mi hombro, y añadió-. Igual ahora tampoco te quieres dar cuenta. <br />
</div><div class="western">Pasé el resto de la noche vomitando. Mientras desayunábamos a la mañana siguiente, Montserrat le dijo tajante a su marido:<br />
</div><div class="diálogo-western">– Jordi, yo no aguanto un día más así. Si llegamos a algún sitio civilizado me apeo, o como hostias se diga en términos marineros, y me cojo un avión. No quiero volver a montar en barco en mi vida, quiero una playa, con su arena, sus hamacas, sus camareros y sus cócteles. <span style="font-style: normal;">Ya he tenido suficientes aventuras por este año.</span><br />
</div><div class="diálogo-western">–<span style="font-style: normal;"> Sí, cariño, yo también opino como tú -balbuceó Jordi.</span><br />
</div><div class="western"><span style="font-style: normal;"><span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: transparent none repeat scroll 0% 0%;">Mientras Montserrat y Jordi se encerraban en su camarote para recoger el equipaje, Leónidas ajustó ligeramente las velas, tomó a Marisa de una mano y la llevó junto al timón. El griego le enseñó pacientemente a mantener el rumbo guiada únicamente por el viento y las reacciones de la rueda; de vez en cuando, Leónidas apoyaba una mano sobre el hombro de Marisa y le susurraba indicaciones al oido. Las delicadas manos de Marisa gobernaban con aparente facilidad el velero, reía de felicidad. Nunca había visto a Marisa reir de ese modo. </span></span><span style="font-style: normal;">Leónidas cogió el timón rodeando a Marisa con ambos brazos, ella se volvió y le besó. Estuvieron abrazados besándose hasta que llegamos a Santorini. </span> <br />
</div><div class="western"><span style="font-style: normal;">Jordi subió a cubierta con una maleta en cada mano:</span><br />
</div><div class="diálogo-western">– <span style="font-style: normal;">Miguel, ¿tú que vas a hacer? ¿vienes con nosotros? -me preguntó. </span> <br />
</div><div class="diálogo-western">–<span style="font-style: normal;"> Sí, Miguel se va con vosotros -Marisa respondió por mí y esa fue la última vez que la vi.</span><br />
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-60241339229202482152009-11-30T09:28:00.001+01:002009-11-30T09:28:38.114+01:00Relato o novelaDurante la comida del domingo, <a target="_blank" href="http://labot.blogspot.com/">Labot</a> dijo algo que ya había oido otras veces: "una novela no es más que un relato que se ha estirado por encima de las 100 páginas".<br />
<br />
No estoy de acuerdo. Y se lo dije. Ésta es la comparación que usé ayer para explicar a mis amigos la diferencia entre relato y novela:<br />
<br />
- un relato es como una carrera de cien metros lisos. Cada paso que das es para llegar de la salida a la llegada en el menor tiempo posible. Hay relatos más cortos (60 m) y más largos (200, 400 e incluso 5.000 metros) pero todos comparten esa característica. Una novela es como un viaje turístico, también tiene un recorrido pero el objetivo no es sólo completar el recorrido sino lo que pasa durante el mismo: el autor-viajero puede decidir dar un rodeo para explorar alguna alternativa fuera de la ruta principal, detenerse para disfrutar de un pasaje excepcional o, incluso, retroceder porque desea revisar parte del trayecto recorrido.Unknownnoreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-43227453850449847392009-11-24T12:41:00.000+01:002010-01-22T14:10:42.021+01:00Ginebra y café (extracto)<meta content="OpenOffice.org 3.1 (Win32)" name="GENERATOR"></meta><style type="text/css">
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<div class="western"><i><span style="-moz-background-clip: border; -moz-background-inline-policy: continuous; -moz-background-origin: padding; background: rgb(255, 255, 0) none repeat scroll 0% 0%;">Extracto de “Ginebra y Café”</span></i><br />
</div><div class="western" style="font-style: normal;">[…] <br />
</div><div class="western" style="font-style: normal;">El otro hombre bebió su café de un trago y se irguió en la silla separando, de nuevo, la espalda del respaldo. Con la mirada fija en la puerta por la que habían salido los camareros, empezó a hablar con el mismo tono monótono que había utilizado anteriormente.<br />
</div><div class="diálogo-western" style="font-style: normal;">– He venido a verte después de treinta años y no me has preguntado ni cómo estoy. Igual soy yo quien debía haberte preguntado por tu fracasado matrimonio o por tu empresa. Creo que está a punto de entrar en bolsa y hacerte aún más rico – observó que su interlocutor se removió incómodo en su asiento -. Aunque si tanto interés tienes, te puedo contar cómo se vive en la clandestinidad.<br />
</div><div class="western" style="font-style: normal;"><a name='more'></a>Entonces le contó que el día anterior había salido a hacer una ronda por la ciudad. Era un día de esos que sólo se dan en esta ciudad, con sol radiante y bastante frío, que aprovechó para salir a la calle después de varias semanas de inactividad. Protegido por un gorro y con el cuello de la cazadora tapándole la mitad de la cara, paseó por el centro estudiando la seguridad de algunos ministerios y apuntando matrículas que pudiera doblar posteriormente. Comió en una hamburguesería y, por la tarde, recorrió los museos como un turista más fotografiando los accesos, los vigilantes o la ubicación de las cámaras de seguridad. Estaba tan eufórico que, imprudente, se acercó a fotografiar los guardias civiles que protegían el palacio real. Cuando anocheció recorrió un par de bares del centro intentando ligarse alguna turista que estuviera de paso pero pronto desistió y decidió comprar una botella de ron en un supermercado. Regresó a su piso y pasó el resto de la tarde bebiendo hasta caer dormido delante del televisor encendido.<br />
</div><div class="diálogo-western">– Un ruido en la escalera, junto a la puerta, me despertó a las cuatro de la madrugada – continuó el hombre bajando aún más el tono -. Me encerré en el baño con una de las pistolas esperando a que reventaran la puerta. Después de dos horas encerrado sin oír ningún ruido más, cogí una bolsa de deporte y metí todo lo que pude: ropa, el dinero, la pistola, pasaportes y el portátil. A las nueve salí del piso en chándal, dejé las llaves en el buzón y fui a buscar un coche que tengo preparado para estas situaciones. Lo tengo en uno de esos barrios de las afueras lleno de moros, negros y gitanos; tú, seguramente, no has estado nunca.<br />
</div><div class="western">El hombre del traje azul y la corbata burdeos tomaba cortos y nerviosos sorbos de ginebra mientras vigilaba, también, los movimientos de los camareros dentro del restaurante. <br />
</div><div class="diálogo-western">– Tienes razón, me he divorciado hace unos meses después de quince años de matrimonio – dijo, intentando imitar el tono de su amigo-. Ahora vivo solo en un ático que he alquilado cerca de aquí. Puedes quedarte esta noche si no tienes a donde ir – ofreció sin convicción.<br />
</div><div class="diálogo-western">– Aunque contaba con ello agradezco tu ofrecimiento; innecesario porque no necesito que me alojes en tu casa, que es, además, un sitio poco seguro para mí – por primera vez bajó la mirada y su tono de voz se volvió más natural-. En realidad, te llamé porque me apetecía charlar contigo y preguntarte cómo estabas. Al fin y al cabo, somos dos viejos amigos que aunque viven en la misma ciudad no se ven desde hace más de treinta años.<br />
</div><div class="western">[…] <br />
</div><br />
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-3774400529262014192009-11-17T10:01:00.000+01:002009-11-17T10:01:15.898+01:00Sin título<div class="western">[…]<br />
</div><div class="western">J tuvo que abandonar la ciudad sin tiempo para realizar ni un corto recorrido turístico. Llegó en Metro al intercambiador que conectaba el suburbano con la única estación de tren de la ciudad. Esquivando el reducido número de personas que encontró a su paso, recorrió los blancos pasillos abovedados mientras repetía mentalmente aquel nombre extraño que había pronunciado el hombre del hotel. A lo largo de los interminables pasadizos se sucedían carteles indescifrables en cirílico, puertas cerradas sin ningún letrero y escaleras mecánicas que ascendían y se perdían de vista. El pasillo giró y se encontró caminando sobre una cinta junto a un mosaico que representaba una locomotora de vapor a punto de atravesar un montañoso túnel. Varios minutos después, desembocó en un solitario vestíbulo de forma cúbica recubierto por grandes planchas grises de hormigón; localizó en la pared opuesta una puerta identificada con el número “tres”; penetró en un corredor iluminado por fluorescentes que parpadeaban protegidas por mallas metálicas. El corredor describía una larga curva descendente que J tardó varios minutos en recorrer hasta aparecer en un estrecho andén donde tuvo que esquivar a militares, policías y personal del ferrocarril que ignoraron su presencia a pesar de tratarse, al parecer, del único viajero. <br />
</div><div class="western">[…] <br />
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-70521300079400697252009-11-06T11:33:00.001+01:002010-01-22T14:12:30.008+01:00La hora del almuerzo<h2 class="western">Introducción</h2><div class="western"><i>Este texto es un divertimento basado en el relato “El primo Larry” de Dorothy Parker pero contado desde el punto de vista de Lila.</i><br />
</div><div class="western"><i>Lila es en realidad Delilah Radzilow, nombre de indudable origen judío. Lila es la última generación de una dinastía de empresarios que gracias a la industria pesada amasaron dinero durante generaciones. Ejemplo paradigmático de “old money”.</i><br />
</div><div class="western"><i>Larry es, por supuesto, Lawrence Turkevich, brillante estudiante cuyos nobles padres emigraron de Rusia a USA después de que la revolución leninista rusa les arrebatara sus principales posesiones. </i> <br />
</div><div class="western">“<i>La mujer del vestido de crepé de China” se llama realmente Melissa Manchester (Lisa) y procede de una pequeña comunidad agrícola del medio-oeste.</i><br />
</div><h2 class="western">La hora del almuerzo</h2><h1 class="western"><a href="http://www.blogger.com/post-edit.g?blogID=7198189229780265977&postID=7052130007940069725" name="DDE_LINK"></a></h1><div class="western">La casa de piedra junto al arroyo albergaba el único horno de pan de la zona hasta que un antepasado de los actuales dueños la convertió en una encantadora cafetería frecuentada por aquellos residentes que huían de los bulliciosos restaurantes del club de golf. <br />
</div><div class="western">Aquella mañana sólo había tres coches delante de la cafetería cuando una motocicleta conducida por una mujer aparcó entre el todoterreno blanco y el monovolumen azul oscuro. La mujer dejó el casco sobre el asiento de la moto y desabrochó la corta chaqueta de cuero color teja que cubría un veraniego vestido largo de lino; rodeando la casa se dirigió a la parte posterior donde tres mujeres conversaban animadamente alrededor de una mesa. La recién llegada dejó la chaqueta sobre una mesa cercana y se sentó junto a las otras, a las que envolvió en un ligero perfume a vainilla que hizo que interrumpieran su conversación:<br />
</div><div class="western">– ¡cómo se nota las que vienen del gimnasio! – dijo una a modo de saludo<br />
</div><div class="western">– Buenos días, chicas. Veo que, por fin, os habéis atrevido a poneros al sol. ¿cómo estáis?<br />
</div><div class="western">– No tan bien como tú, querida Lila, vemos que has sacado ya la ropa de verano – respondió otra de las mujeres<br />
</div><div class="western"><br />
<a name='more'></a>La siguiente en hablar dirigió una mirada cómplice a sus compañeras antes de dirigirse a la recién llegada:<br />
</div><div class="western">– ¿hiciste algo interesante ayer? Mi marido dijo que vio a Lawrence en el club, jugando.<br />
</div><div class="western">– No, no fuimos a ningún lado. Efectivamente, Lawrence pasó la tarde con una de sus empleadas a la que está enseñando a jugar al golf. Luego vinieron a casa y cenamos los tres – Lila esperó inútilmente a que alguna de sus amigas sacara otro tema. Al rato, continuó hablando – Se trata de Melissa Manchester, es de un pueblo del medio oeste y adora a mi marido. Si tu marido les vio ayer – añadió mirando a la interesada -, te habrá hecho una descripción detallada, porque es el tipo de mujer que no pasa desapercibida para ningún hombre. Ayer era especialmente difícil no reparar en ella tanto si la vieron por delante como si solo pudieron disfrutar de la visión de sus piernas.<br />
</div><div class="western" style="font-style: normal;">Delilah Radzilow, Lila, paseó su mirada por los rostros de sus amigas y asumió que esa mañana tocaba hablar de Melissa.<br />
</div><div class="western">– <span style="font-style: normal;">Chicas, estoy muy hambrienta. Dejadme que le pida a Alfred algo para comer antes de que os cuente la excitante vida y milagros de Melissa Manchester.</span><br />
</div><div class="western">– <span style="font-style: normal;">Aquí te esperamos, Lila – la mujer sonrió y añadió amablemente -. Cuando hemos llegado estaban sacando del horno un pan de harina de maíz con pasas que olía estupendamente y también ha comentado Alfred que estaba preparando bizcocho con chocolate Amatller que acaba de recibir de Suiza.</span><br />
</div><div class="western" style="font-style: normal;">Lila se levantó y sus amigas vieron como desaparecía dentro de la pequeña casa de piedra. Cuando Lila volvió a salir, portando un vaso con zumo de naranja, no pudo evitar sonreir ante la imagen de sus tres amigas que, en idéntica y sincronizada postura, habían girado la cabeza hacia el jardín donde un joven se afanaba en podar el seto. Las tres mujeres asentían sin intercambiar ni una palabra. <br />
</div><div class="western" style="font-style: normal;">Lila depositó sobre la mesa el zumo, levantó sin aparente esfuerzo la silla de hierro forjado pintada totalmente de blanco y la colocó de manera que cuando se sentó su cabeza quedó a la sombra.<br />
</div><div class="western">– <span style="font-style: normal;">Es mono, ¿verdad? A primera hora limpia en el gimnasio y luego suele quedarse por allí haciendo deporte – Lila esperó a que las demás dejaran de mirar al aludido y añadió, girándose hacia una de ellas-. Es latino y parece listo, igual puede ayudar a tus hijas con el español. Lo digo por si quieres tener oportunidad de verlo más de cerca.</span><br />
</div><div class="western" style="font-style: normal;">La aludida ignoró el comentario:<br />
</div><div class="western">– <span style="font-style: normal;">Lila, cariño, nos ibas a contar la relación de tu marido con la jugadora de golf de bajo handicap y escote prominente.</span><br />
</div><div class="western">– <span style="font-style: normal;">En realidad no es una historia nada interesante - Lila bebió un sorbo de zumo, secó sus labios con la servilleta y se recostó en la silla mientras se preparaba para relatar a sus amigas la historia de aquella mujer.</span><br />
</div><div class="western">“Melissa es uno de esos estudiantes que, después de vivir veinte años en un pueblo perdido, la suerte les sonríe y cambia su vida para siempre. En su caso, obtuvo una beca para estudiar en Nueva York y eso evitó que terminara como cajera en un supermercado de su pueblo. Aunque las oportunidades hay que saber aprovecharlas y ella no pudo o no supo hacerlo: podía haber sacado un título o, quien sabe, pescar un marido rico en la universidad. Sin embargo ella decidió alquilar un apartamento en el centro y se gastó el dinero de la beca en conocer todas las discotecas de la ciudad, sin pisar la universidad ni un solo día. <br />
</div><div class="western">Cuando se le terminó el dinero, empezó a trabajar de administrativa en nuestra empresa y fue cambiando de puesto hasta que terminó en el departamento de Lawrence un poco después de que él y yo anunciáramos públicamente nuestro compromiso. Entonces Melissa, esta vez muy inteligentemente, decidió no separarse del futuro yerno del dueño de la compañía. Y es desde entonces una de las ayudantes de Valerie, la asistente personal de mi marido. No está mal para una mujer con esas limitaciones y viniendo de donde viene. En realidad, se lo debe todo a la gratitud de Lawrence a quien, por cierto, ella le llama “mi primo Larry”. Espero que nadie se crea que esa mujer nacida en una granja perdida en medio del país tiene verdadera relación familiar con <span style="font-style: normal;">Lawrence Turkevich que desciende, como sabéis, de nobles rusos; arruinados por culpa de la política pero nobles al fin y al cabo.”</span><br />
</div><div class="western" style="font-style: normal;">Lila tomó un sorbo del café y probó el bizcocho mientras dejaba que su última frase prendiese en la mente de sus amigas. El atlético y atractivo Lawrence no era un simple advenedizo, su árbol genealógico estaba repleto de aristócratas europeos. Lila se dijo que algún día tenía que recordar a sus amigas que Rusia estaba en Europa. En todo caso, sabía que sus amigas estaban esperando los detalles más jugosos de su relato, así que continuó:<br />
</div><div class="western">– Os voy a contar una anécdota para que veáis que tipo de persona es Melissa. Un día se presenta con unas orquídeas y me dice “me las ha regalado el primo Larry, es nuestro anivesario”. No sé cómo me aguanté la risa. Os juro que es tan ingenua que parece tonta. Debéis saber que todos los días Valerie, la asistente personal de Lawrence, se encarga de mandar un detalle a los empleados cuando cumplen cinco años de su incorporación a la compañía. Unas flores para las mujeres y un bolígrafo para los hombres; antes daban un encendedor con la marca de la empresa pero, como ya no se puede fumar en ningún sitio, ahora les dan un bolígrafo. Bien, pues Melissa lleva quince años en la empresa y todavía piensa que mi marido compra personalmente flores para ella. Es el tipo de mujer que, a diferencia de nosotras, resulta fácil de contentar; cualquier detalle comprado a última hora en las tiendas del aeropuerto es bueno para ella. <br />
</div><div class="western">“Yo creo que Melissa aspira a llegar a ser asistenta personal de Lawrence, porque no es consciente realmente de sus limitaciones. Valerie habla francés y alemán, ha vivido en Europa... Valerie es pura elegancia. Cuando Valerie tuvo a los gemelos y se tomó un año de descanso, Melissa tuvo que acompañar a Lawrence en algunos viajes. Fue un desastre, Larry le tuvo que pedir que cambiase su forma de vestir. Porque Melissa es de las que no sabe insinuar, no; ella tiene que enseñarlo todo; como vulgarmente se dice, cuando llega a la oficina los hombres le hacen la ola. Ya os digo, hasta a Lawrence le pareció que vestía demasiado provocativa.”<br />
</div><div class="western">Lila se concentró en su almuerzo y sus amigas temieron que ahí terminara el relato. Una de ellas volvió a poner el tema sobre la mesa: <br />
</div><div class="western">– Entonces, Lila, esa tal Melissa ¿se presenta a cenar todas las semanas en tu casa?<br />
</div><div class="western">– Algún fin de semana viene a comer, en verano viene a tomar el sol en mi piscina y ahora le ha dado por el golf. Lo peor es que debe ser tan mala que nadie quiere jugar con ellos. No sé de dónde ha sacado ese interés por el golf, igual piensa que en el club va a pescar un marido, qué ilusa. No entiende que los hombres necesitan sitios donde estar solos y hablar de sus cosas. Si los hombres fuesen al club a ligar, nosotras iríamos allí a desayunar, ¿verdad, chicas?<br />
</div><div class="western">“La verdad es que yo intento que mi marido se encargue de acompañarle. Es muy inculta, no puedes hablar con ella de ópera, o de literatura, o de viajes. ¡si no ha salido nunca del país! Tampoco podemos ir a cenar fuera con ella, porque con su sueldo no puede pagar buenos restaurantes y me parece ofensivo invitarle si luego ella no nos puede devolver la invitación. Además no tiene cultura gastronómica. Una vez que estaba en casa y Lawrence estaba en su despacho trabajando quise invitarle al Thailandés que está en el lago y no se le ocurre otra cosa que decir “lo siento, Lila, pero no me gusta la comida china, ya sabes lo que dicen de los chinos y los gatos”. Hablando de comida, este bizcocho está delicioso, teniáis razón, chicas. Probad un poco. <br />
</div><div class="western">– Gracias pero sabes que no nos podemos salir ni un milímetro de la dieta. Las que tenemos niños no nos queda tiempo para cuidarnos. ¿qué vas a hacer hoy, Lila? ¿tienes también invitados en casa?<br />
</div><div class="western">Lila sonrió y negó con la cabeza mientras masticaba.<br />
</div><div class="western">– Hoy tengo todo el día para mí, voy a visitar una galería en la ciudad y luego me llevo a Lawrence al teatro, esta noche estrenan una nueva adaptación de la “Muerte de un viajante”. No he leído las críticas pero tengo ganas de ver la reforma del Apolo. <br />
</div><div class="western">Las tres amigas, que hacía rato que se habían terminado sus respectivas tazas de té, se quedaron en silencio observando como Lila tomaba con dos dedos el último trozo de bizcocho y golosamente se lo llevaba a la boca. Lila observó durante unos segundos al jardinero que, para entonces, había terminado con el seto y estaba recostado en un árbol vigilando el funcionamiento silencioso de los aspersores; finalmente se levantó, recogió la chaqueta que estaba sobre una mesa cercana y se despidió alegremente:<br />
</div><div class="western">– Chao, chicas. Voy a casa a ver si encuentro en Internet un buen restaurante para esta noche. Si mañana no nos vemos será señal de que la velada se prolongó inesperadamente.<br />
</div><div class="western">Sus amigas siguieron a Lila con la mirada mientras ésta se alejaba dejando en el aire un aroma de vainilla y café. <br />
</div><div class="western"><br />
</div>Unknownnoreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7198189229780265977.post-89821657090467365862009-11-02T11:08:00.000+01:002010-01-22T14:13:55.448+01:00Larry TakrevichTres personas salieron del ascensor cuando paró en la quinta planta. Dos de ellas hablaban mientras caminaban hacia sus puestos de trabajo, la tercera se paró delante del ascensor y, como el marino que otea el horizonte, su mirada recorrió el espacio diáfano que se abría ante sus ojos buscando alguna señal que le indicara su destino. Instintivamente, el visitante ignoró los puestos más cercanos al ascensor donde se encontrarían los empleados de menor categoría; distinguió a un lado una zona de fotocopiadoras, archivos y un pasillo que conducía a los aseos: también ignoró esta zona; miró al lado opuesto y, entonces, su mirada se relajó y separó los labios esbozando una sonrisa. Mirando en aquella dirección se podía apreciar que las mesas estaban más separadas y entre ellas se distinguía un pasillo bien delimitado por macetas metálicas situadas cada par metros. Siguiendo el camino marcado por las macetas se encontraba una puerta con dos hojas de cristal que dejaban ver una amplia estancia bien iluminada por una luz natural intensa que contrastaba con el tono frío de las fluorescentes de este lado de la puerta. El visitante calculó que le separaban quince metros de las puertas de cristal e, ignorando las miradas interrogantes de los trabajadores más próximos, atravesó un grupo de personas que charlaban animadamente y se dirigió en aquella dirección. Aprovechó el trayecto para ajustarse los puños de la camisa, abrochar el botón superior de su chaqueta y pasar una mano por su pelo para comprobar que seguía como lo había dejado hace unos minutos en el aseo de la planta baja.<br />
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<a name='more'></a>La esquina sudoeste albergaba los únicos despachos de la quinta planta, precedidos por una recepción a la que se accedía atravesando la puerta de cristal de doble hoja que la aislaba del resto de trabajadores. Un gran ventanal permitía pasar los rayos de sol hasta esta zona, donde destacaban una mesa cuadrada rodeada por tres sofás de piel, varias puertas de madera situadas en una pared decorada con grabados y fotografías y, en el lado opuesto al ventanal, una mesa ancha donde un hombre joven hablaba por teléfono mientras trabajaba en su ordenador. Allí apareció el visitante después de empujar la puerta de cristal. Se acercó a la mesa y esperó a que el hombre joven terminara su conversación telefónica. El joven colgó el auricular y concentró por unos segundos su atención en el ordenador ajeno a la presencia del visitante que se había parado a escasos centímetros de su mesa. El visitante empezó a hablar sin esperar a que el joven le mirara:<br />
- Buenos días, mi nombre es Larry Takrevich y quería ver al responsable del servicio financiero, al señor Meinker. - el joven levantó la cabeza y el visitante añadió- Soy gerente regional de Componentes LEINON. Me llamo Larry Takrevich, T-A-K-R-...<br />
- Perdone, Larry, ¿me ha dicho que está citado con la Señora Andrea Meinker? No esperábamos ninguna visita esta mañana. <br />
El visitante permaneció callado unos segundos, como si mentalmente continuase deletreando su apellido. Por unos instantes sus ojos evitaron los del joven secretario, recorriendo sucesivamente sus zapatos, la puerta de cristal que acababa de atravesar y la pared detrás del secretario donde pudo ver varias estanterías perfectamente ordenadas. Una vez recuperado el contacto visual con su interlocutor continuó hablando:<br />
- En realidad, hablé con uno de los colaboradores de la Señora Meinker por teléfono y me comentó que sería buena idea que viniese un día a visitarle. Estoy seguro que a ella no le molestará verme, si no está muy ocupada.<br />
- Seguro que no – el joven secretario sonrió y volvió la vista hacia la pantalla del ordenador. <br />
Larry retrocedió un paso, comprobó con la mano su peinado, tocó con dos dedos el botón superior de su chaqueta que, por otra parte, seguía abrochado y esperó a que el educadísimo joven avisara a la tal Andrea. El secretario se demoró aún unos segundos con su ordeandor y miró a Larry que, mientras tanto, había sacado una agenda electrónica y estaba concentrado en la pequeña pantalla. Por fin, condescendiente, le indicó con la mirada la mesa que estaba junto a la ventana: <br />
- Puede sentarse mientras esperamos a que le atienda la señora Meinker.<br />
Larry dio un pequeño paseo por la recepción, observó con fingido interés los cuadros que decoraban las paredes, se asomó al monótono paisaje de oficinas y permaneció junto a la ventana dejando gustosamente que el sol acariciara su piel. Sin embargo, en seguida se apartó de la ventana por miedo a que el sudor estropeara su cuidado aspecto y se dejó caer en uno de los sofás.<br />
El secretario que había aprovechado el paseo de Larry para observarle con comodidad, comprobó la hora en su reloj, tomó el teléfono y anunció a su interlocutor la visita de Larry Takrevich, gerente regional de Componentes LEINON. Larry se puso rápidamente en pie y guardando la agenda se acercó a una de las puertas, donde ya le esperaba el secretario con la mano sobre el pomo. Cuando llegó a su altura, el secretario miró a Larry y esperó a que éste comprobase, una vez más, su pelo, los puños de la camisa y el botón superior de su chaqueta. <br />
- Puede pasar, señor. – indicó profesionalmente después de empujar la puerta, y añadió con un tono más amable– Suerte.<br />
Larry compuso una sonrisa y entró en el despacho.<br />
Media hora después, se abrió la puerta del despacho y salió Larry buscando con la mirada al joven secretario que, en ese momento, se encontraba de pie detrás de su mesa archivando unos carpetas en la estantería:<br />
- ¿qué tal te fue? - le saludó éste coloquialmente.<br />
- Bien, gracias. ¿podría invitarte a comer? No tengo nada más que hacer hoy y no conozco a nadie en esta ciudad.<br />
- Claro, Larry. Dame cinco minutos.Unknownnoreply@blogger.com0